Esta noche fue una inmensa y aterradora batalla de poder. Cecilio, Emilia y yo compartimos esta maravillosa experiencia.
La muerte estuvo muy cerca.
De momento, sentía que ya no tenía fuerzas y que ahí quedaría.
Me despedí de mi hijo Santiago.
Me quedé con el deseo de amarla con tanta intensidad, que mi cuerpo se deshacía en el tuyo.
Estuve pues, a un –tris- de fracasar..... pero salimos victoriosos todos, entre los tres hicimos una sola fuerza.
Emilia estaba verdaderamente aterrada...ella es como una paloma,
veía mi lucha y como avecita se azotaba en su jaula y quería volar.
En tanto de Cecilio se apoderó nuestro Padre El Señor del Viento, por su garganta resonó la fuerza de la cordura y la sabiduría.
Nuestro Señor Échate Quetzalcóatl vino generoso a nosotros y nos compartió su sabiduría, su enseñanza de cómo se debe vivir, de cómo debemos respetar a nuestros padres y abuelos y cómo ser dignos de ellos.
Habló con voz fuerte, tronó como un rayo su voz en la loma, para que desde ella todos, hasta los sordos escucharan.
Su voz fue un regalo, un prodigio de un ser viviente, de un ser humano.
Sus palabras fueron verdaderas, se escucharon una a una, acotadas, con ritmo, sin prisa, sin enojo, sin violencia, pero todas demoledoras.
No nos juzgaban, no nos reclamaban, no nos regañaban, solo nos instruían, nos limpiaban, nos enderezaban.
Una a una las fuimos escuchando.
Estaba frente a él, con una rodilla al suelo, con la cabeza baja.
Sus palabras eran como una tormenta, nos empapaban, nos cubrían y nos calaban hasta lo más profundo del alma.
Yo me sentía como un guerrero escuchando la voz del mando, la voz de la verdad, con una rodilla al suelo, flexionado, receptivo.
Las palabras de nuestro Señor del Viento, las del soplo divino que purifica nuestras almas y las hace atinadas y atentas.
Las palabras de nuestro Señor Quetzalcóatl que amoroso y sereno, les hablaba a sus descarriados hijos, a sus insensatos hijos, a sus necios hijos.
Desde la loma de San Jerónimo Yahuiche todo mundo las escuchó, y aún los sordos que no quieren oír y los desatentos que no quieren entender, esta noche tuvieron que escuchar y nadie ahora podrá decir que nunca se los dijeron, que no lo sabían.
El Señor del Viento, el amo de la libertad vino a hablarles a sus hijos.
Y nos habló de cómo debemos de vivir, de cuál es el camino virtuoso, de cómo debemos de comportarnos en este mundo, de cómo debemos de honrar a nuestros padres y a nuestros hijos.
Ninguna de sus palabras eran nuevas. Todas son nuestras y siempre han habitado en el fondo de nuestro corazón. Sólo fue necesario que nuestro amado Señor del Viento nos volviera a susurrar a nuestras adormecidas almas, cómo un soplo divino que viniera a reavivar a las cenizas, de donde renace la llama de la vida, de la esperanza y de la luz interior.
El costo fue altísimo, en un momento mi cuerpo se derrumbaba y me iba a vomitar, defecar y orinar. Las piernas se me doblaron y quería huir de mí mismo....pero todos nos aguantamos y nos quedamos en la meritita raya.
Hasta nuestra paloma, nuestro sensible venado en el momento más fuerte, hundió su voluntad en nuestras apaleadas conciencias y pudimos entonces cruzar venturosos este maravilloso encuentro con el Viento, con el soplo interior.