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Narco violencias y juventud indígena

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Narco violencias y juventud indígena
R. Aída Hernández Castillo*
Periódico La Jornada.
19 junio 2022.
El pasado 14 de junio jóvenes indígenas fuertemente armados tomaron el mercado popular de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, y mantuvieron el control de la zona norte de esta ciudad por más de tres horas, robando, quemando vehículos y aterrorizando a la población, sin que las distintas fuerzas de seguridad hicieran nada por detenerlos. La prensa y las redes sociales explican estas acciones como el enfrentamiento entre distintos grupos delictivos por el control del mercado, mencionando a los Motonetos, los Vans y el cártel de San Juan Chamula, como algunos de los grupos enfrentados en estas pugnas por el control territorial. Las imágenes que circulan en las redes sociales son las de hombres jóvenes con armas de alto poder circulando libremente por las calles. Los temores coletos a la ocupación indígena de su ciudad y los imaginarios racistas se expresan enfatizando la identidad indígena de los agresores y su capacidad de violencia.

Un tema tabú entre los antropólogos se pone de manifiesto en estas imágenes: el crimen organizado ha infiltrado a las comunidades indígenas, secuestrando física o culturalmente a sus jóvenes. Hombres tsotsiles, tseltales, mayo-yoreme, yaquis, me?phaas, mixtecos, rarámuris, purépechas, de manera forzada o seducidos por las narco-culturas, están siendo reclutados por los cárteles. La importancia turística, política y cultural de San Cristóbal influyó en que estos actos tuvieran una amplia cobertura mediática; sin embargo, incidentes similares están sucediendo en distintos territorios indígenas del país, sin que la prensa o la academia denuncie los profundos impactos que estos procesos están teniendo en los tejidos comunitarios.

Narco violencias y juventud indígena



Los riesgos que implica hacer investigación en territorios controlados por el crimen organizado, aunado al temor de contribuir desde nuestros trabajos académicos a la criminalización de los pueblos originarios, ha influido en que pocos investigadores se den a la tarea de documentar y analizar las transformaciones culturales y políticas que han traído las redes del narcotráfico a las comunidades indígenas. Un anciano mayo-yoreme, cuyo nieto fue desaparecido y asesinado en una comunidad tomada por el narco, me describió estas transformaciones señalando: ?Hace como 10 años las cosas se empezaron a descomponer, cuando entró la coca y luego el crack. Entonces comenzaron a meter las drogas en las escuelas, miasmas que nos dejan a los muchachos ciegos, sordos, locos. Empezaron a trabajar con el mismo gobierno y a levantar a los muchachos, muchos ya no regresaban y algunos regresaban locos. Los vuelven adictos para que les trabajen y cuando ya no les sirven los matan? (https://adondevanlosdesaparecidos.org/2019/04/25/las-multiples-ausencias-de-los-indigenas-desaparecidos-en-mexico/)

Estamos ante una nueva manifestación de las violencias coloniales que los despojan de sus tierras, profanan sus espacios sagrados, los obligan a desplazarse y secuestran a sus hijos e hijas. Ahora el enemigo está dentro de sus propias casas, habla su propio idioma y tiene el conocimiento para desarticular las estructuras de poder comunitarias, haciendo cada vez mas difícil la resistencia.

En muchas regiones, como en Chiapas, los poderes políticos caciquiles han armado a estos grupos y los utilizan para controlar y aterrorizar a sus oponentes; en otras son contratados por grupos empresariales para imponer megaproyectos, amedrentando y, si es necesario, asesinado a quienes se oponen al despojo y a la depredación. Lo más preocupante es que se están creando nuevas masculinidades indígenas dispuestas a matar o morir por una moto, un automóvil o un celular. Detrás de muchos de estos jóvenes sicarios hay mujeres indígenas aterrorizadas, con pocas posibilidades de denunciar o romper con relaciones violentas. El feminicidio, la trata y las desapariciones de mujeres indígenas han aumentado exponencialmente, sin que existan alertas de género que reconozcan la especificidad de sus contextos de vulnerabilidad.

Urge documentar y denunciar estas violencias etnocidas, acompañando los esfuerzos de las organizaciones indígenas por proteger y recuperar a sus jóvenes. Silenciar estos procesos, no sólo no contribuye a encontrar soluciones, sino que nos vuelve cómplices de la impunidad y la indiferencia que ha permitido el secuestro de la juventud indígena.

* Doctora en antropología, investigadora del Ciesas

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