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La conquista desde hace 500 años

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La conquista desde hace 500 años

La conquista desde hace 500 años
Federico Navarrete *
Jóvenes lectoras y jóvenes lectores, en este capítulo les contaré la historia de
la llamada conquista de México, pero de una manera muy diferente a como
la han conocido.
Casi todas y todos nosotros hemos escuchado que hace 500 años los españo-
les llegaron a este país y ?nos conquistaron?. También hemos escuchado que lo
que pasó hace 500 años nos define de muchas maneras. Para empezar, nos divide
en vencidos y vencedores. El nosotros nos identifica con los indígenas que fueron
?conquistados?, y coloca a los otros, los ?invasores? españoles, en una posición de
agresores y victoriosos.

Sin embargo, ahora veremos que esta historia es falsa en su mayor parte.
En primer lugar aprenderás, joven lectora, que no hubo una conquista de México
porque en ese momento no existía el país que ahora nombramos. También com-
prenderás, joven lector, que lo que pasó hace 500 años fue muy diferente a lo que
nos han contado siempre, pues no fueron sólo los españoles quienes conquistaron
México-Tenochtitlan, sino sobre todo los indígenas que se aliaron a ellos. También
verás que la historia del país que se comenzó a formar hace 500 años es muy dis-
tinta a la que nos han contado. Acompáñame en esta aventura para conocer una
historia diferente de la conquista y de nuestro país, hasta el día de hoy.

LA GUERRA DE 1519 A 1521
Nuestra historia empieza a principios de 1519, cuando una expedición española
llegó a lo que hoy es México en barcos desde Cuba. Estos expedicionarios venían
a lo que hoy es México porque dos expediciones anteriores venidas de esa isla, en
1517 y 1518, ya habían descubierto sus riquezas.

La conquista desde hace 500 años



Eran 500 hombres, y una decena de mujeres, acompañados de una docena de
caballos y otros tantos perros de guerra. Traían 20 rifles y una decena de cañones.
Su idea era enriquecerse por medio del comercio con los habitantes de la tierra
en la que parecía abundar el codiciado oro. También secuestraban personas y las
convertían en esclavos para vender. Algunos de ellos, empezando por su capitán
* Instituto de Investigaciones Históricas, unam.


Hernán Cortés, soñaban con apoderarse de las tierras desconocidas en nombre
del rey de España y de su religión católica.
¿Con qué derecho pensaban estos expedicionarios que podían someter a
personas que no conocían? ¿Por qué pensaban que podían adueñarse de tierras
que no les pertenecían, y a nombre de un rey que vivía a decenas de miles de
kilómetros de distancia? En primer lugar, estaban convencidos de que la suya
era la única verdadera religión y que su Dios, el único verdadero, por eso tenían
derecho de dominar a otros hombres con dioses distintos. También pensaban
que su rey tenía derecho a mandar sobre todas las tierras que descubrieran y que
ellos tenían el deber de conquistarlas en su nombre.
Estas creencias serían una de sus principales ventajas en la guerra que pro-
vocaron y que llamaron ?conquista?: ellos siempre estuvieron seguros de que te-
nían la razón para atacar y dominar a los habitantes de estas tierras porque se
creían mejores que ellos.
Pero ¿cuál fue la tierra que encontraron los expedicionarios españoles en
1519? En primer lugar, no era un país, ni se llamaba México, pues no tenía un
solo gobierno, ni un territorio único, ni formaban una nación con el mismo idio-
ma y la misma cultura.
Mesoamérica, la región sur y central de nuestro país y norte de América Central,
era un mundo inmenso. Tenía millones de habitantes que pertenecían a cente-
nas de pueblos y comunidades, linajes y clanes, familias diferentes. La inmensa
mayoría eran campesinos que vivían en aldeas y pueblos pequeños, dedicados al
cultivo del maíz, frijol, calabaza y otros productos. Había grandes ciudades, llenas
de populosos mercados y de templos dedicados a los muchos dioses. Dentro de este
mosaico de naciones existían pueblos más poderosos que otros. Los más fuertes
eran los mexicas (pronunciado meshicas), también llamados aztecas, que habían
conquistado a muchos otros y les cobraban tributos, impuestos, además de pedir-
les apoyo militar para nuevas conquistas. Pero los mexicas no dominaban todo el
territorio de Mesoamérica, ni siquiera todo el centro de México, y muchos pueblos
se resistían a su poder.

En el norte de lo que hoy es nuestro país, en la región que los antropólogos llaman
Aridoamérica, vivían muchos otros pueblos, organizados en bandas que se movían
por el territorio en busca de sus alimentos que cazaban o recolectaban, además de
plantar un poco de maíz. Eran grupos celosos de su libertad que nunca habían obede-
cido a ningún gobernante.

En los siguientes dos años, entre 1519 y 1521, el pequeño contingente de
expedicionarios españoles logró provocar una auténtica revolución en la región
central de Mesoamérica, derrotando y conquistando a los mexicas, el pueblo más
poderoso de la zona. Esa revolución es lo que llamamos ?conquista de México?. Sin
embargo, debemos recordar que la guerra de 1519 a 1521 sólo involucró a los pue-
blos que vivían en el centro-sur del país, lo que hoy son los estados de Veracruz,
Puebla, Tlaxcala, Morelos, Estado de México, Hidalgo y Ciudad de México.
¿Cómo es que tan pocos hombres lograron tener tanto impacto en las vidas
de millones de personas? Durante muchos años los historiadores han buscado
la razón de este impacto en las acciones, la inteligencia, y la imaginaria ?supe-
rioridad? de los españoles, que les habrían permitido dominar solos un mundo

mucho más grande que ellos. Sin embargo, esta visión es falsa, pues no toma
en cuenta que los españoles actuaron con la ayuda, el apoyo y la guía de miles
de habitantes de Mesoamérica, aliados que se unieron a ellos por voluntad y, a
veces, por la fuerza. Por eso podemos decir que en verdad fueron los propios in-
dígenas los que conquistaron a los mexicas. Como reza un dicho bien conocido:
?La conquista de México la hicieron los indígenas; la independencia la hicieron
los españoles?.
Por eso mismo no debemos pensar que todos los indígenas, todos los pobla-
dores de Mesoamérica y Aridoámerica, fueron vencidos por los españoles, ni en
1521, ni después.

Los grupos indígenas que participaron en la conquista, y que la ganaron,
pueden organizarse en dos categorías. En primer lugar están las mujeres, par-
ticularmente Malintzin, la intérprete y traductora de los expedicionarios. En
segundo, los aliados, es decir, los gobernantes y guerreros que participaron en la
lucha contra los mexicas al lado de los españoles.
Las mujeres

Desde sus primeros encuentros con la población de Mesoamérica en 1519, los
expedicionarios españoles fueron acompañados por mujeres mesoamericanas.
Muchas de ellas eran cautivas, esclavas, que fueron ?regaladas? por sus dueños
mesoamericanos a sus nuevos dueños españoles. Otras eran hijas y hermanas
de los aliados mesoamericanos que fueron dadas a los españoles como esposas,
para confirmar las alianzas con los pueblos indígenas.
Estas mujeres indígenas se encargaron desde esos primeros días de prepa-
rar sus alimentos, cuidar sus cuerpos, sanarlos de enfermedades y heridas y
compartir su lecho. La mayoría eran forzadas a hacerlo por sus parientes o pa-
trones indígenas y también por los expedicionarios que estaban acostumbrados
a disponer del trabajo y de los cuerpos de las mujeres de América.
El trabajo de estas mujeres al lado de los españoles es mucho más importante
de lo que se ha reconocido. Con sus cuidados y sus alimentos los mantuvieron con
vida durante una campaña política y militar que duró más de dos años y en que
sufrieron varias derrotas. Desde muy pronto los expedicionarios se acostumbra-
ron a depender totalmente de la comida y el apoyo de estas mujeres. Sin ellas, no
habrían podido realizar la conquista.

Sin embargo, las mujeres no fueron simples servidoras de los expedicionarios.
Los mesoamericanos pensaban que las mujeres tenían el poder de influir sobre los
hombres, de apaciguar sus fuerzas agresivas, de complementar sus cuerpos y sus
inteligencias. Por eso, una de las primeras labores de las mujeres mesoamericanas
fue precisamente influir sobre los recién llegados para hacerlos más parecidos a
la gente de estas tierras, menos desconocidos y peligrosos. Ellas les enseñaron la
comida y las costumbres de estas tierras, curaron sus cuerpos con medicinas de
aquí, incluso les tejieron ropas para vestir. De esta manera hicieron que los ex-
tranjeros parecieran más mesoamericanos.
Además, los indígenas estaban convencidos de que los alimentos que co-
mían las personas influían en su forma de pensar y de ser. Por eso, cuando las

mujeres alimentaban a los españoles con tortillas y atole, con maíz y amaranto,
también los hacían más parecidos a los habitantes de estas tierras, más capaces
en su opinión de conversar y entenderse con ellas y ellos.
Finalmente, muchas de estas mujeres tuvieron hijos con los expedicionarios,
incluso mientras se combatía la guerra de 1519 a 1521. Estos descendientes en co-
mún también estrecharon los vínculos entre los recién llegados y los mesoamerica-
nos, volviéndolos parientes.

Este tipo de labores de comunicación, cuidado y servicio, además de empa-
rentar con los extranjeros, era algo que las mujeres hacían desde hacía siglos en
esta región. Por mucho tiempo habían servido de enlace entre los muy diferen-
tes grupos y pueblos indígenas de la región, habían tejido alianzas y parentescos
entre ellos. Por eso, fueron ellas las primeras encargadas de tratar con los ex-
tranjeros desconocidos que llegaron por el mar y podemos afirmar que fueron
quienes abrieron a los españoles las puertas de ese mundo inmenso que llama-
mos Mesoamérica.

Entre todas las mujeres que acompañaron a los españoles hay una que des-
taca por su fama y su importancia, Marina o Malintzin, también conocida como
La Malinche.
Ella era una esclava adolescente nacida en el pueblo de Oluta, en la región
del Istmo de Tehuantepec, donde había sido hija de un gobernante. Por eso ha-
blaba varias lenguas indígenas y pronto aprendió español. Igualmente, conocía
las elegantes formas de hablar y de comportarse que se usaban en los palacios de
los gobernantes mesoamericanos.

Gracias a ello se convirtió en la traductora de todas las palabras que dijo
Hernán Cortés a los gobernantes y personas indígenas con quienes se encontró
en los dos años que duró la conquista y en su principal enlace con el mundo
mesoamericano. Su labor de traducción fue fundamental para la conquista: sin
ella los españoles hubieran tenido muchas más dificultades para entender la po-
lítica de Mesoamérica, tejer las alianzas contra los mexicas y hacerles la guerra.
Más allá de su talento para los idiomas, su gran inteligencia y belleza convir-
tieron a Malintzin en algo más que una traductora. A ojos de los mesoamericanos
que los iban conociendo, esta mujer de la tierra que sabía hablar maya y náhuatl
se convirtió en el rostro femenino y comprensible, la cara familiar de los extranje-
ros recién llegados. Fue tal su importancia que su figura aparece pintada en todos
los libros en que los indígenas contaron la historia de la conquista, con la misma
importancia que la de Hernán Cortés. Aún hoy la recordamos a ella sola, la úni-
ca entre los miles de mujeres que participaron en la conquista. Una montaña en
Tlaxcala lleva su nombre y su figura es la protagonista de las danzas de conquista
que se bailan en todo el país.

Esto se debe a que Malintzin hizo algo más que traducir las palabras de Her-
nán Cortés del español al náhuatl, como en un diccionario. Debido a que en ese
momento los mundos de Mesoamérica y de Europa nunca habían estado en
contacto, fue necesario que ella explicara en términos mesoamericanos lo que
decían los recién llegados y las cosas y seres a los que se referían. Así, fue Ma-
lintzin quien encontró e inventó las equivalencias entre los gobernantes mesoa-
mericanos, llamados tlatoani en náhuatl, y el rey de España, de quien hablaba

Cortés. También encontró las equivalencias entre los dioses de que hablaban
los españoles, y los téotl, que eran las deidades de los mesoamericanos. En suma,
fue gracias a ella que se pudo dar el entendimiento entre unos y otros.
Los mexicas

En abril de 1519, los expedicionarios españoles desembarcaron en la costa del ac-
tual estado de Veracruz, donde fundaron su primera ciudad, la Villa Rica de la Vera
Cruz. Antes de tocar pie siquiera en las tierras de Mesoamérica, fueron recibidos
por una embajada enviada por Moctezuma, tlatoani o rey de México-Tenochtitlan,
y cabeza del imperio más poderoso del centro de Mesoamérica. Como sus tropas
habían conquistado a muchos pueblos de la costa, Moctezuma había tenido noticia
de una expedición previa que habían realizado los españoles, la de Juan de Grijalva
en 1518. Por eso tenía centinelas y embajadores listos para recibirlos en caso de que
regresaran.
Moctezuma envió riquísimos regalos a los recién llegados con el fin de mos-
trarles su hospitalidad y su poderío, que eran valores muy importantes para los
gobernantes mesoamericanos. También quería averiguar qué tipo de seres eran,
¿dioses o humanos?, ¿seres inofensivos o criaturas peligrosas?
Los embajadores que conocieron a los españoles le contaron al tlatoani que
parecían personas, pero eran poderosos y agresivos, y que venían además acom-
pañados por mujeres mesoamericanas, Malintzin en especial, lo que sorprendió
mucho a los mexicas. Estas noticias los hicieron ver a los expedicionarios con te-
mor y decidieron negociar con ellos para evitar que los atacaran.
Para los expedicionarios los regalos y el esplendor de la embajada mexica
fueron la confirmación de que valía la pena conquistar una tierra tan rica. Ade-
más, Hernán Cortés decidió que la manera de lograrlo sería someter al señor más
poderoso, Moctezuma, visitándolo en su ciudad capital de México-Tenochtitlan.
Imaginaba que este tlatoani era como el rey de España, un monarca supremo y
único que mandaba sobre todos los demás señores y nobles de su reino y que, al
someterlo, los españoles podrían someterlos a todos de un golpe.
En realidad, Moctezuma era sólo el más fuerte de cientos de gobernantes. Con
sus aliados de Texcoco y Tacuba, los mexicas habían conquistado militarmente a
muchos de los pueblos y ciudades y los obligaban a darles tributos, pero no manda-
ba realmente sobre ellos, pues cada uno tenía su propio gobierno, su propio terri-
torio y se encargaba de sus propios asuntos. Pese a su error, Cortés tuvo razón en
definir a los mexicas como sus enemigos porque así pudo construir una coalición
con los otros gobernantes para vencerlos.
Los aliados

Desde abril de 1519, siempre con la ayuda de Malintzin, los expedicionarios es-
pañoles aprendieron que los pobladores de la región de la costa de Veracruz eran
distintos a los mexicas y tenían rivalidades políticas con ellos, pues no les gus-
taba pagarles tributos ni obedecerlos. Hernán Cortés se dio cuenta de que podía
aprovechar estas rivalidades y conseguir el apoyo de los enemigos de los mexi-

cas para enfrentarlos. A partir de entonces, su estrategia se centró en cultivar
las alianzas con los rivales de los mexicas y así hacerse más fuertes de lo que
eran para enfrentar a sus principales enemigos.

A su vez, los gobernantes de Cempoala, la ciudad indígena más cercana a la
recién fundada Veracruz, se dieron cuenta de que podían utilizar a los recién llega-
dos para debilitar a los mexicas y dejar de pagarles tributos. Unos meses después,
cuando los expedicionarios se quedaron sin comida para alimentarse, comenzaron
a asaltar y robar a los pueblos vecinos. Ante estos ataques, el gobernante de Cem-
poala decidió que era mejor invitarlos a vivir en su ciudad y alimentarlos, para evi-
tar que hicieran más daño entre su población.

Estas fueron las bases de las alianzas entre los expedicionarios españoles
y los pueblos indígenas. Por un lado, los recién llegados aprovecharon el apoyo
de los pueblos enemigos o descontentos con los mexicas. Por otro, los indígenas
se aliaron a ellos porque, en primer lugar, querían evitar ser destruidos por sus
ataques violentos y, en segundo, porque querían dirigirlos contra sus propios
enemigos, que podían ser sus vecinos o los mismos mexicas.

En estas alianzas, las dos partes estaban de acuerdo en unas cuantas cosas:
ayudarse para enfrentar a los mexicas y quitarles poder, atacar a sus enemigos co-
munes y buscar nuevos aliados que los apoyaran. Sin embargo, cuando Cortés les
contaba a sus nuevos amigos del rey de España y del papa de Roma y de tantos otros
personajes de su mundo, lo más probable es que Malintzin, la traductora, y ellos
pensaran que se parecían a sus propios gobernantes y sacerdotes. Lo mismo, cuan-
do los mesoamericanos contaban a los españoles de sus gobernantes y sus deidades,
ellos no alcanzaban a entender las diferencias que tenían con sus reyes y dioses.
En realidad, ninguno de los dos bandos podía imaginar lo diferentes que
eran. Por eso, cuando los indígenas les ofrecían amistad y ayuda, los españoles
pensaban que se estaban sometiendo a ellos y se convertían en ?súbditos del Rey
de España? que los debían obedecer en todo, de acuerdo con sus propias concep-
ciones que daban gran poder a los gobernantes. En cambio, los mesoamericanos
pensaban que establecían una relación entre iguales, en que cada aliado conser-
varía su libertad y su propio gobierno. Esta confusión es clave para entender la
conquista y lo que vino después, como veremos en la segunda parte de este texto.
Los expedicionarios españoles tuvieron mucha suerte porque el señor de
Cempoala era tolteca, es decir, miembro del grupo de gobernantes más prestigio-
sos de toda Mesoamérica. Y este señor tolteca les presentó a otros señores de su
mismo grupo, que tenían contactos con todos los poderes políticos de la región.
Estos señores eran rivales de los mexicas porque éstos les habían quitado poder.
Por eso enseñaron a los expedicionarios los puntos débiles de sus enemigos. Fue
gracias a ellos que Hernán Cortés consiguió mapas que le mostraron cómo era la
tierra y cómo era México-Tenochtitlan, la capital que soñaba conquistar.

Los tlaxcaltecas
En agosto de 1519, unos 300 expedicionarios españoles emprendieron el camino
hacia México-Tenochtitlan. Los acompañaban unos 3 000 o más mesoamericanos:
las mujeres, incluida la infaltable traductora Malintzin, cientos de cargadores de

sus bultos, unos 1 500 guerreros de Cempoala y sus aliados y los señores toltecas.
Fueron sus nuevos amigos mesoamericanos quienes los condujeron de pueblo
amigo en pueblo amigo, evitando las guarniciones mexicas, y presentándoles a
nuevos posibles aliados. Ellos mismos les aconsejaron dirigirse a Tlaxcala, donde
vivían los enemigos más poderosos de los mexicas.
Tlaxcala era una de las regiones más pobres del centro de Mesoamérica,
pues había sufrido una guerra de décadas contra los mexicas y estaba aislada
de las redes comerciales que le permitían obtener algodón, sal y otros productos
esenciales. Sin embargo, los tlaxcaltecas aceptaban estas privaciones porque
eran enemigos jurados de los mexicas y nunca se rindieron ante su poder mili-
tar. Pronto la región de Tlaxcala se pobló también con pueblos refugiados de las
conquistas mexicas, otomíes que gustaban de vivir de manera independiente.
Los mexicas, por su parte, no tenían fuerza suficiente para vencer a estos ene-
migos y conquistarlos.

Cuando los españoles entraron a su territorio sin pedir permiso, los tlax-
caltecas los atacaron con fuerza como habían hecho con los invasores mexicas.
Como eran mucho más numerosos que los expedicionarios, estuvieron a punto
de vencerlos en una guerra que duró varios días. Sin embargo, había grupos de
tlaxcaltecas que estaban interesados en la posibilidad de aliarse con estos re-
cién llegados y dirigirlos contra los mexicas. Por eso dieron alimentos a los inva-
sores y así salvaron sus vidas.

Los españoles, por su cuenta, mostraron su capacidad de usar la violencia
más extrema. Primero les cortaron las manos a 50 embajadores tlaxcaltecas que
les habían llevado comida, tras acusarlos de espiar. Luego, atacaron durante
varias noches a poblados y ciudades cercanos, matando y tomando cautivos a
decenas de civiles desarmados.

Al ver estas formas de violencia, que eran desconocidas en Mesoamérica, los
tlaxcaltecas decidieron aliarse con los españoles. No lo hicieron porque estuvie-
ran vencidos, sino porque se dieron cuenta de que vencer a los españoles impli-
caría muchas destrucciones. En cambio, decidieron que lo mejor sería dirigir su
violencia extrema contra otros pueblos indígenas, sus enemigos. Al aliarse con los
españoles, los tlaxcaltecas no traicionaron a nadie, pues no eran parte del mismo
país o nación que los mexicas, sino sus enemigos de décadas.

A partir de entonces serían sus principales amigos y les salvaron la vida en
más de una ocasión. A cambio exigieron desde un principio un trato digno de
aliados. El pacto entre los tlaxcaltecas y los españoles fue sellado con el casa-
miento de las mujeres hijas de los señores tlaxcaltecas con algunos de los capita-
nes de la expedición.

Cholula
De Tlaxcala, los expedicionarios y sus nuevos aliados se dirigieron a Cholula en
octubre de 1519. Ésta era una de las ciudades más importantes de Mesoamérica y
en ella se encontraba el templo más famoso del dios Quetzalcóatl. Éste era uno de
los dioses más adorados en toda Mesoamérica y por eso a Cholula acudían pere-
grinos de todas las regiones.

A los españoles les dio mucho miedo entrar a esta gran ciudad de decenas de
miles de habitantes, con calles estrechas donde podían ser atacados. También les
asustaba que se practicaran rituales religiosos indígenas, que ellos consideraban
inspirados por el demonio. A su vez, los tlaxcaltecas eran enemigos jurados de los
cholultecas y les contaban todo tipo de rumores en su contra, afirmando que pla-
neaban atacar a traición a los expedicionarios, por órdenes de Moctezuma.
Finalmente, Cortés decidió atacar antes de este supuesto ataque. En un par
de días, los expedicionarios y sus aliados masacraron a miles de personas y que-
maron el templo de Quetzalcóatl, asesinando a sus sacerdotes. Sin embargo, no
encontraron ninguna evidencia del supuesto ataque de los cholultecas y mexicas.
La noticia de esta atroz masacre corrió por toda Mesoamérica y tuvo dos
efectos. El primero es que convenció a muchos pobladores, empezando por los
tlaxcaltecas, de que los dioses que traían los españoles, como Santiago Mata-
moros y la Virgen María, eran más poderosos que sus propios dioses, incluido
el muy respetado Quetzalcóatl. Por eso, muchos de ellos comenzaron desde ese
momento a seguir a los dioses católicos, antes siquiera de conocer la religión de
la que formaban parte. Por otro lado, muchos indígenas creyeron que fue Ma-
lintzin, la traductora indígena, la que desató la violencia de los españoles, lo que
le dio un gran poder a sus ojos.

México-Tenochtitlan
De Cholula, los expedicionarios y los aliados mesoamericanos viajaron a México-
Tenochtitlan, en noviembre de 1519, donde Moctezuma no tuvo más remedio que
recibirlos de paz, pues venían acompañados de un gran número de aliados mesoa-
mericanos.

El tlatoani mexica quería impedir, a toda costa, que los españoles cometie-
ran en su ciudad los actos de violencia que habían cometido en Tlaxcala y Cho-
lula. Por ello, hizo lo posible por satisfacer las demandas de Hernán Cortés, lo
alojó en el palacio de un antiguo gobernante, rodeado de lujos, e incluso aceptó
que varios centenares de sus enemigos tlaxcaltecas entraran a la ciudad con él.
El resultado fue una situación extraña y ambigua. Los mexicas querían
mantener a los españoles el mayor tiempo posible en el palacio, sin hacer daño
en la ciudad y más allá. De alguna manera pensaban atraparlos y vencerlos, o
esperar hasta que decidieran regresar al país de donde habían venido. A su vez,
Hernán Cortés se convenció de que Moctezuma se había rendido ante él y se
había sometido a la autoridad del rey de España. Por eso, comenzó a exigir más y
más riquezas y regalos, que consideraba tributos pagados por los nuevos súbdi-
tos. Su sueño era gobernar el Imperio mexica a través de su propio rey y ofrecér-
selo al rey de España como uno de sus nuevos reinos.

Este equilibrio logró evitar la guerra de noviembre de 1519 hasta mayo
de 1520, pero las exigencias españolas se hicieron más fuertes y el descontento de
sus anfitriones mexicas fue creciendo. En mayo, los mexicas realizaron uno
de sus principales festivales religiosos, llamado Tóxcatl. Otra vez, los españoles
temieron ser atacados al ver participar a miles de jóvenes guerreros en esta fies-
ta y el capitán Pedro de Alvarado decidió atacarlos, pues Cortés había partido a

Veracruz. El resultado fue otra masacre atroz. Los españoles mataron a miles de
jóvenes desarmados en la plaza principal de México-Tenochtitlan, mientras dan-
zaban en honor de su dios.

La matanza del Templo Mayor, como se conoce a la fecha, marcó el fin de la
paz. En venganza por este ataque a traición, los mexicas hicieron la guerra a los
expedicionarios. Los combates en México-Tenochtitlan duraron dos meses. Du-
rante ese periodo Cortés regresó de Veracruz, con mil expedicionarios más que
habían llegado a la costa y entró a la ciudad, donde también fue atacado. Ante la
posibilidad de morir sitiados en el palacio, los expedicionarios decidieron huir a
escondidas de la ciudad, una noche de julio de 1520.

En su escape fueron descubiertos y los atacantes mexicas mataron a más de
dos terceras partes de los españoles y a la gran mayoría de sus aliados. Por eso,
los españoles llamaron a esta noche ?la Noche Triste?, aunque para los mexicas
no lo fue, pues marcó la expulsión de sus enemigos de la ciudad.
Tras expulsar a los expedicionarios y sus aliados, los mexicas pensaron ha-
ber vencido a sus enemigos y procuraron recuperar su poder, lastimado por los
ataques de sus enemigos. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que muchos
pueblos habían dejado de obedecerlos y no pensaban volver a hacerlo.
Los españoles, mientras tanto, se refugiaron en Tlaxcala y así evitaron ser
masacrados por completo. A cambio de seguirlos apoyando después de su derrota,
y de la muerte de tantos de sus propios guerreros, los tlaxcaltecas exigieron mejo-
res términos en la alianza con los españoles. Otros, en cambio, opinaban que era
mejor entregar a los vencidos extranjeros a los mexicas y pactar la paz con ellos.
Finalmente, los señores de Tlaxcala optaron por seguir apoyando a los españoles
porque decidieron que los mexicas eran sus peores enemigos.
Cuando se recuperaron de su derrota, los expedicionarios y sus aliados comen-
zaron una nueva ofensiva contra los mexicas, a partir de octubre de 1520. Esta
vez, los aliados mesoamericanos convencieron a Hernán Cortés de no atacar di-
rectamente México-Tenochtitlan, sino primero atacar a los pueblos sometidos a los
mexicas y pasarlos a su bando para hacer crecer la coalición.
En los meses que siguieron, los aliados y los expedicionarios tomaron más de
30 ciudades indígenas. Así ganaron más y más pueblos de su lado. Estas guerras
fueron aprovechadas por los mesoamericanos para sus propios fines, y tanto los
aliados tlaxcaltecas como los españoles ganaron mucho poder.

La viruela
En abril de 1520, en una expedición venida de Cuba, llegó a Mesoamérica un
enemigo implacable: el virus de la viruela. Ésta era una de las enfermedades
más contagiosas y mortíferas en el Viejo Mundo, donde atacaba generación tras
generación, de modo que muchos españoles y africanos la habían padecido y te-
nían inmunidad. En América, en cambio, no se conocía esta enfermedad y nin-
guna persona tenía defensas contra ella. Por esta razón, la viruela golpeó a los
mesoamericanos con una fuerza terrible.
A mediados de 1520 la viruela llegó a Tlaxcala y atacó a los aliados de los espa-
ñoles. En octubre golpeó el Valle de México y México-Tenochtitlan. Cuitláhuac, el
nuevo tlatoani o gobernante mexica, murió de esta enfermedad. Junto con él falle-
cieron aproximadamente una de cada cuatro personas en pocos meses.
Esta terrible epidemia debilitó a los mexicas, sin duda, pues perdieron a su
gobernante en un momento clave y a muchos de sus guerreros. Sin embargo,
también afectó a los tlaxcaltecas y a los demás aliados de los españoles, de modo
que no podemos afirmar que ayudó a la conquista.

En todo caso, con la experiencia de la pandemia de Covid-19 podrás imagi-
nar, joven lectora, reconocerás joven lector, el miedo que provocó esta terrible
enfermedad y la muerte de tantas personas entre la población de Mesoamérica.
Junto con la llegada de los extranjeros, la epidemia creó una sensación de trans-
formación y grandes cambios, de que el mundo conocido estaba terminando.

El ataque final
En enero de 1521, los enemigos de los mexicas volvieron al Valle de México y con-
siguieron que Texcoco se pasara de su lado. Ésta era la segunda ciudad más po-
derosa de la región, y el principal aliado de los mexicas hasta entonces. Sin sus
amigos texcocanos, los mexicas quedaron casi completamente solos.
Para mayo de 1521, los aliados mesoamericanos y españoles habían aislado
políticamente a los mexicas, pues casi todos sus aliados y antiguos tributarios
los habían abandonado y la mayoría se habían unido a su bando. Igualmente, los
enemigos habían rodeado por completo a los mexicas, pues tomaron todas las
ciudades de la ribera del lago alrededor de México-Tenochtitlan. Pronto les cor-
taron su única fuente de agua, el acueducto de Chapultepec. Tampoco podían
recibir apoyo por medio del lago de Texcoco, porque los españoles y sus aliados
construyeron barcos con los que controlaban sus aguas. En suma, los mexicas
estaban virtualmente derrotados.

Pese a su desesperada situación, su nuevo gobernante, llamado Cuauhtémoc,
convenció a buena parte de la población para que lo apoyara en una lucha hasta el
fin contra sus enemigos. A quienes querían una solución pacífica que evitara más
conflictos, los mandó matar y perseguir. De esta manera, los mexicas se decidie-
ron y fueron obligados a resistir hasta la última consecuencia.

Enfrentados a esta indomable resistencia, los aliados mesoamericanos y espa-
ñoles no renunciaron a su cometido de vencer a los mexicas. En primer lugar, este
objetivo era lo único que los unía a todos. Tanto los tlaxcaltecas y texcocanos como
los españoles sabían que si no lograban vencer a su enemigo común, su coalición se
desharía y perderían buena parte del poder que habían ganado.

El sitio y toma de México-Tenochtitlan duró 90 días y provocó la destrucción
casi total de la ciudad y la muerte de millares de sus habitantes. Fue una guerra
de una dimensión y violencia, de una crueldad nunca vista antes en Mesoamérica,
pues ambos bandos estaban dispuestos a todo para resistir o vencer.
Como en todas las guerras de este tipo, las principales víctimas fueron los
civiles: las mujeres y niñas, los niños y ancianos, los pobladores de la ciudad y
del valle a su alrededor. Además de los miles de muertos, hubo miles de perso-
nas capturadas como esclavos. El saqueo y la destrucción asolaron México-Te-
nochtitlan hasta que el 13 de agosto de 1521, Cuauhtémoc trató de huir de la
ciudad y fue capturado. Esto marcó el fin de la guerra y la derrota definitiva de
los mexicas.

Esta derrota es lo que solemos llamar conquista de México.

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