.
.
Desde 1521 los que han tenido en el poder en lo que hoy es México, nunca han estado de parte de los valores, principios, conocimientos y sobre todo, del pueblo y cultura que han sido invadidos, colonizados y explotados.
Desde Hernán Cortés hasta Felipe Calderón, pasando por Agustín de Iturbide, Porfirio Díaz o Miguel Alemán, todos sin excepción han excluido a la milenaria civilización de sus planes de: cristianización, civilización, progreso, modernización, integración, desarrollo y globalización.
Para los dueños del dinero en el poder, los pueblos y culturas originales a lo mucho han tenido un escaso valor turístico y folclórico, pero en general, han sido “la parte vergonzosa de su país”. Todo lo referente a las culturas originarias ha sido solo atraso, ignorancia y mal gusto. El Estado mexicano hasta principios del siglo XX le empezó a dar un minúsculo valor a las llamadas zonas arqueológicas.
De este modo, el descuido, el saqueo y la destrucción del Patrimonio Cultural de la antigua civilización del Anáhuac ha sido permanente. Los voraces saqueadores extranjeros y sus patrones, los museos y los coleccionistas se han robado todo lo que han querido impunemente.
El gobierno mexicano ha demostrado su tolerancia e indiferencia y hasta complicidad en la devolución a la nación del patrimonio extraído ilegalmente del territorio nacional. El largo y tibio asunto de “la devolución del Penacho de Moctezuma” por parte de las autoridades austriacas, nos demuestra que al Estado Criollo no le interesa recuperar un símbolo de una “identidad cultural que rechaza y niega”.
El Estado mexicano no solo debe luchar por reintegrar el Patrimonio Cultural anahuaca extraído del país, sino fundamentalmente debería iniciar una campaña nacional permanente para re-significar, re-valorar e incluir en la formación y educación de los mexicanos, el maravilloso legado de sabiduría en valores y principios humanos, que tiene la civilización del Anáhuac.
Esta civilización, por más que se quiera excluir, extinguir y dar por muerta y desaparecida, sigue viva y vigente. Que la cultura dominante y los criollos en el poder económico y político no la quieran ver, no significa que no exista. Que no esté en la televisión comercial no quiere decir que está muerta. O dicho a la manera del Dr. Guillermo Bonfil Batalla. El hecho que el “México imaginario” no vea y no tome en cuenta en sus diversos modelos de desarrollo al “México profundo”, no quiere decir que éste no exista.
Ante la crisis del modelo económico-político global y el derrumbe del Estado Criollo del “México imaginario” por incapacidad y corrupción, es necesario buscar una solución de raíz, que resuelva desde la base los problemas de injusticia, violencia, explotación y exclusión que ha sufrido los pueblos que viven en lo que fue el territorio del Anáhuac y que hoy los criollos llaman “México”…como si todos fuéramos “mexicas” de Tenochtitlán.
Los estallidos sociales de 1810 y 1910, independientemente de los intereses económicos-políticos que los promovieron circunstancialmente, tuvieron eco en “el gran pueblo” por los altos niveles de injusticia, miseria y explotación que han vivido en estos casi cinco siglos de colonización y neocolonización.
El punto es que ante la inminente explosión social, vemos con preocupación venir, debido a la ceguera, insensibilidad e incapacidad de la clase dirigente (económica y política), que el pueblo por tercera vez estalle violentamente para que después de un baño de sangre y destrozos sociales, todo cambie para que todo siga igual, como sucedió en 1810 y 1910.
Necesitamos tener otra “noción de Estado”. No podemos y no debemos seguir importando modelos políticos, económicos y sobre todo ideológicos del extranjero. Los pueblos y culturas de este país poseemos uno de los legados de sabiduría en cuanto a la organización social más antiguos de la humanidad. Y podemos afirmar, que logramos el más alto grado de desarrollo humano en la historia del planeta en el periodo conocido como Clásico (200 a.C a 850 d.C).
No se trata de “volver al pasado” y ponernos plumas y tocar el huehue en las pirámides. Se trata en cambio de re-pensar, diseñar, construir una nueva sociedad con la milenaria experiencia de nuestros antepasados. Con sus perennes valores, principios, actitudes tanto en lo individual, como en la familiar y sobre todo en lo comunitario. Una nueva sociedad con lo mejor de nuestro pasado y lo mejor de nuestro presente global.
Necesitamos reconstruir los valores de la vida, el ser humano, la familia y la sociedad. Re-diseñar la razón y el propósito social de la existencia del Estado. Formular un nuevo “propósito social”. Retomar al gobierno como “el bien público” más valioso del pueblo. Actualizar y geralizar en los tres niveles de gobierno “el mandar-obedeciendo” del servicio público. Volver a la esencia de la educación ancestral para formar “rostros propios y corazones verdaderos” en la infancia y la juventud. Re-plantearnos el trabajo comunitario en la construcción de una nueva sociedad en la que se acaben para siempre “los vencedores y los vencidos”.
Tenemos que revisar profundamente los valores de la honestidad, el bien público, la verdad, el servicio comunitario, la palabra, la solidaridad, la rectitud, la tolerancia, el respeto a la autoridad. Revisar el valor de la responsabilidad, tanto existencial de carácter personal, como familiar, comunitaria y de nación.
Estos y otros bienes culturales intangibles, heredados de más de siete milenios y medio de desarrollo humano, son los que debemos de recuperar, preservar y acrecentar para que todos tengamos “una vida mejor”. No solo el “Penacho de Moctezuma” o las zonas arqueológicas convertidas en vulgares centros turísticos, como “disenylandias prehispánicas” para atraer dólares.
El futuro de nuestra sociedad y nuestro país indiscutiblemente se encuentra en su pasado ancestral. Este tesoro no es material y nunca lo han podido y no han querido ver los colonizadores. Esta vivo y vigente en “los sujetos” que son la continuidad de “Los Viejos Abuelos”. Está presente en el fondo de nuestro corazón y nuestra adormecida conciencia de ser.
El desafío de nuestros difíciles tiempos es “activar el banco genético de información cultural”, que esta presente en cada persona que vive en esta milenaria tierra sagrada. Activado ese banco de información llegará a nosotros toda la sabiduría y experiencia acumulado en más de sesenta siglos de decantar nuestra materia y afinar nuestro espíritu en comunidad y equilibrio con la naturaleza.