EL
2 06 Tlachtli
Hueynacaztli entró a la habitación y de inmediato cesaron las pláticas de los alumnos. Satisfecho, el maestro llegó hasta su lugar y rebuscó entre sus cosas, hasta que encontró una piel de venado cuidadosamente doblada. Entonces se volteó hacia los alumnos y anunció:
-En esta ocasión les hablaré del tlachtli, hijitos míos.
Una fila de sonrisas apareció en los rostros de los muchachos. El juego de pelota era el deporte que todos quisieran jugar algún día.
-Cuentan los abuelos de nuestros abuelos, que hace innumerables gavillas de años, se reunieron los dioses en la sagrada Tollán, para decidir los destinos de los hombres. Los seguidores de nuestro señor Tezcatlilpoca pensaban que los hombres no sacrificaban suficiente, y que era necesario aplicarles un severo castigo por sus omisiones. Pero quienes estaban con nuestro señor Ehécatl creían que eso no era posible, porque si se les exigía mayor sacrificio la raza de los hombres podría desaparecer, y entonces ni siquiera habría quién sacrificara, ya que las demás criaturas no sabían hacerlo.
“Las discusiones entre los dos bandos subieron de tono, y no encontraban la forma de conciliar. Entonces los dioses se percataron de que no estaban con ellos unos hermanos dioses que venían de las tierras calientes junto al mar, en el que ahora es el país de los ulmécatl, y se dieron a buscarlos para tratar de atraerlos a su partido. Los buscaron en todos los adoratorios de la ciudad sagrada sin poder encontrarlos. Luego siguieron buscando en las amplias avenidas, y después en las sementeras y los bosques, pero ellos no aparecían.
“Finalmente, cuando regresaban cansados a la gran pirámide, entraron por la explanada que daba a la parte posterior de los adoratorios principales, y ahí encontraron a los dioses de las tierras calientes. Alegrándose, fueron a hablarles para que acordaran con ellos. Pero los dioses de las tierras calientes estaban ocupados en golpear un objeto contra los muros que cercaban la avenida.
“Intrigados, los dioses del bando de Tezcatlilpoca y los dioses del bando de Ehécatl estuvieron mirando el juego de los dioses de las tierras calientes, encontrando en él placeres y emociones que no les eran conocidas.
“Cuando el juego terminó los dioses reanudaron sus discusiones, no encontrando acuerdos sino encono entre ellos; fueron los dioses de las tierras calientes quienes les ayudaron a resolver el conflicto. Ellos les dijeron:
“Hermanos dioses, difícil es que puedan encontrar un acuerdo, porque ninguno desea lo que el otro quiere. Por eso, les proponemos que lo decidan con un juego de pelota. Quien tenga más razón deberá ser vencedor, y así llegarán a una solución.
“Pero hermanos, contestaron aquellos, nosotros no sabemos jugar.
“Nosotros, los dioses de las tierras calientes, habremos de enseñarles. También habremos de prestarles la pelota para jugar, porque estas sólo se pueden encontrar en las tierras calientes.
“Discutiéronlo los dioses, y acordaron que así debía hacerse, por lo que Tezcatlilpoca y Ehécatl fueron enseñados a jugar el tlachtli.
“El día señalado se reunieron los demás dioses en la explanada, para presenciar el juego entre Tezcatlilpoca y Ehécatl que habría de decidir el destino de los hombres. Llegaron los dioses de las tierras calientes, y colocaron en el muro un tlachtemalácatl hecho con enormes serpientes de la jungla. Instruyeron a los contendientes para que, llegado el caso, quien pudiera pasar la pelota por el centro del aro, en ese momento sería proclamado ganador, aún cuando tuviera menos tantos.
“Así fue como los dioses jugaron el primer juego de pelota que hubo en estas tierras. Y he aquí que nuestro señor Tezcatlilpoca tuvo mejor juego, y estaba ganando a nuestro señor Ehécatl. Pero éste logró un tiro que cruzó limpiamente por el aro de serpientes, siendo declarado de inmediato ganador del juego por los dioses de las tierras calientes, y haciendo por tanto prevalecer su idea de no exigir más sacrificios a los hombres. Desde entonces, a ese tiro se le llama Teotlapoalli, el tanto divino, por haber sido un dios quien primero lo consiguió.
“Nuestro señor Tezcatlilpoca, molesto por una derrota que consideró injusta, conjuró un poderoso hechizo y convirtió en papagayos a los dioses de las tierras calientes, que huyeron volando a sus junglas; luego ordenó a las serpientes que formaban el tlachtemalácatl que estrecharan la abertura para que fuera prácticamente imposible pasar la pelota por ella, para después convertirlas en piedra. Como pueden ver, es por deseo de Tezcatlilpoca que sea tan difícil lograr un teotlapoalli.
Hueynacaztli hizo una pausa para observar a su absorto auditorio. Satisfecho, siguió con su historia:
-Muchas gavillas después, cuando los hombres se convirtieron en sacerdotes y fueron dignos de habitar la ciudad sagrada de Tollán, encontraron en la misma explanada el tlachtemalácatl de las serpientes de piedra. Intrigados, consultaron a los dioses para saber qué hacer con él. Fue un teopixqui de nuestro señor Ehécatl el que, durante una visión que tuvo, supo del juego de los dioses que decidió el destino de los hombres.
“Nuestro señor le dijo a su sacerdote que los dioses verían con bien que los hombres aprendieran el juego. Pero necesitarían encontrar quién fabricara la pelota, y deberían buscarlo en las tierras calientes junto al gran mar, hacia el rumbo de las cañas, donde el sol inicia su camino diario.
“Así fue que una embajada de sacerdotes de Tollán partió para las tierras calientes, con la encomienda de encontrar a quien fabricaba la pelota para el juego. Los embajadores cruzaron muchos valles y serranías, visitando en son de paz todas las naciones que encontraron en su camino, preguntando siempre por aquellos que fabricaban la pelota. Pero en todos lados recibían la misma noticia: nadie sabía quién la fabricaba.
“Cuenta la leyenda que, estando los sacerdotes embajadores lamentando su suerte, se presentó ante ellos un papagayo de espléndido plumaje color de fuego, y les preguntó:
“¿Qué es lo que buscan tan afanosamente, oh sacerdotes de los dioses, en medio de la jungla?
“Ellos respondieron:“Buscamos a aquellos que fabrican la pelota para el juego de los dioses.“Nunca los habrán de encontrar, sacerdotes-, contestó el ave. “Sus dioses los convirtieron en papagayos.“¿En papagayos? ¿Acaso tú, señor, eras uno de ellos?“Sí, yo lo era. Un dios de las tierras calientes, que fabricaba la pelota de ulli.
“Nos dices que nunca encontraremos a quien la fabrica, porque todos fueron convertidos en aves. Entonces tal vez tú pudieras enseñarnos cómo fabricarla, para que lo hagamos nosotros.
“¿Por qué he de hacerlo, sacerdotes de los dioses? ¿Qué habría yo en ello? ¿Acaso los sacerdotes pueden revertir los hechizos de sus dioses?
“No, mi señor dios de las tierras calientes. Nosotros no podemos revertirlo. Sólo podemos ofrecerte honores y sacrificios en el juego de pelota. Eso te dará gloria y esplendor.
“El ave divina lo pensó un momento, y al fin dijo:
“Está bien, sacerdotes de los dioses. Acepto sus honores y sus sacrificios. A cambio, os llevaré con el único que fabrica la pelota. Mas he de advertirles que si no cumplen lo prometido, habré de maldecirles para siempre.
“Así fue que el papagayo guió a los sacerdotes a lo más profundo de la jungla, llegando adonde se encontraba una humilde choza con paredes de carrizos y techada con hojas de palma. De ella salió un anciano de mucha edad, vestido con un tosco máxtlatl de henequén y unas sandalias de cuero de venado, a quien el ave ordenó proveerlos de dos pelotas para el juego.
“Felices por el logro de su encomienda, los embajadores levantaron un sencillo altar y sacrificaron en honor del dios de las tierras calientes, emprendiendo después el regreso a Tollán, donde ya se hacían los preparativos necesarios para practicar el juego.
“Llegado el gran día, el teopixqui instruyó a los sacerdotes elegidos sobre la forma de jugar, según la visión que le concedió Ehécatl. Se hicieron sacrificios a los dioses y, con su encomienda, se llevó a cabo el primer juego de pelota entre humanos en la sagrada Tollán. Encontraron que el juego era sencillo y que la pelota podía golpearse con facilidad, porque era suave y ligera.
“Al igual que le sucedió a los dioses, los sacerdotes encontraron en el juego emociones que no les eran conocidas, disfrutando grandemente con ellas, por lo que decidieron que el tlachtli debería ser incluido en las fiestas y rituales de los dioses.
“Pero los sacerdotes habían cometido una terrible omisión: no honraron a los dioses-pájaro de las tierras calientes. Al terminar el juego, cuando ya todos se disponían a retirarse del campo, llegó el papagayo de plumaje de fuego, y parándose sobre el tlachtemalácatl lanzó un potente grito que captó la atención de los sacerdotes. Entonces se lamentó:
“¡Ayo! ¡Los sacerdotes de los dioses han traicionado su palabra! ¡Se han olvidado de sacrificar y ofrecer honores a los dioses de las tierras calientes! “Los sacerdotes le miraron compungidos, pero la omisión estaba consumada. No había nada que hacer para resarcir la ofensa. El papagayo gritó:
“¡Yo los maldigo, oh sacerdotes de los dioses! Por eso, de ahora en adelante les digo que serán incapaces de resistir la tentación de jugar al tlachtli. Pero habrán de sufrir por ello. ¡Cada vez que golpeen la pelota, habrán de recordar el peso de su ofensa!
“Dicho esto, alzó el vuelo y desapareció entre las nubes. Atónitos, los sacerdotes regresaron al campo, e intentaron desentrañar la maldición que les lanzó el dios. Entonces, uno de ellos tomó la pelota y la golpeó con el codo, lanzando de inmediato un grito de dolor: la pelota le había destrozado la articulación.
Un débil murmullo de asombro recorrió la habitación. El maestro levantó la ceja irritado, lamentando la interrupción. El silencio se restableció de inmediato, y entonces pudo terminar su narración:
-La pelota ya no era suave y ligera, sino que se volvió dura y pesada. Desde entonces, los jugadores deben usar protecciones para jugar al tlachtli, y evitar que la pelota los golpee. Aún así, nunca podrán jugar sin padecer fuertes contusiones y hasta fracturas. Pero como lo dijo el dios papagayo, los hombres no pueden resistir la tentación de jugar al tlachtli.
Hueynacaztli hizo una pausa mientras desdoblaba la piel de venado que había sacado de su itácatl, mostrándolo a sus alumnos.-Como pueden ver, aquí tengo un libro pintado donde se ven los aspectos principales del juego de pelota. Por ejemplo, en la parte central se ven los principales golpes permitidos, o sea el golpe de codo, de cadera y de rodilla. Pero también se muestran otros golpes válidos, como el de hombro y el de pecho, que casi no se ejecutan porque son muy dolorosos.
“Más abajo, tenemos los golpes prohibidos: con la mano o con el pié. También aparecen las penalizaciones que se cargan a un jugador por ejecutar esos golpes, especialmente si los disimula con la intención de engañar al achtopile y a los demás jugadores.
Señalando un punto con el dedo, aclaró:-Aquí se muestra cómo se elige a los jugadores que habrán de ir a su viaje florido. Vean que casi siempre pertenecen al equipo derrotado...El maestro siguió su charla enumerando las principales características del juego, así como los honores y sacrificios acostumbrados en el transcurso del mismo. Repasó después las reglas y terminó hablando brevemente de algunos jugadores destacados, relatando varias anécdotas. Para terminar, hizo un anuncio:
-Como se han portado bien durante los meses que llevan en el tepochcalli, he decidido que podrán asistir a un juego de tlachtli en la víspera de las fiestas de nuestro señor Ehécatl.
Cuando ellos llegaron, mediando la tercera hora de la mañana, ya estaban ocupadas la mayoría de las gradas, sobre todo las laterales, que eran las más codiciadas. Por eso tuvieron que buscar lugar en una de las cabeceras. Había gran animación entre los espectadores, y los funcionarios del tencuhtli recorrían el graderío certificando la gran cantidad de apuestas que había entre los asistentes. Era la víspera de las fiestas dedicadas a Ehécatl, y los pregoneros habían anunciado que jugarían los Guerreros de Tonatiúh contra los Centzon Mimixcoa, para encontrar a quienes sacrificarían en los rituales del teocalli. El anuncio causó mucha expectación en la ciudad, porque finalmente se encontrarían en el campo los dos mejores jugadores tlahuicas del momento, líderes ambos de sus respectivos equipos y, por supuesto, los principales contendientes para recibir el quetzalpantli del Águila Dorada, un exquisito estandarte que mostraba una majestuosa águila de fina pluma con una pelota hilada en oro en una de sus garras. Era el máximo galardón al que un jugador podía aspirar en su carrera, y le aseguraba honores y parabienes hasta su muerte, y aún en el más allá. Mientras Hueynacaztli y sus muchachos ocupaban sus lugares, el achtopile o Primer Visor, nombre que se daba al árbitro del tlachtli, hacía una seña con su vara de mando, a la que siguió un agudo toque de caracol que invitaba al público a hacer reverencia a los dioses, agradeciéndoles los momentos de diversión que vivirían a continuación y encomendándoles buen destino a sus apuestas.
A continuación, entraron al campo dos niños con charolas de barro, donde llevaban sendos braseros. Les seguían los capitanes de cada equipo luciendo sus atuendos de gala, que consistían en un manto largo colocado a manera de capa luciendo el glifo de su equipo, perneras y muñequeras de cuero con cascabeles, y un casco también de cuero, que tenía adosado un largo penacho con plumas coloradas de papagayo, que les caía por la espalda casi hasta el suelo. Cerrando la fila iban un sacerdote del dios que auspiciaba el evento, en este caso de Ehécatl, y dos acólitos que llevaban sus insignias.
Llegados todos al centro del campo, el sacerdote recibió de un acólito un pectoral de caracoles y el estandarte con el glifo dos-viento, perteneciente al dios. Elevando los brazos, los presentó a los cuatro rumbos entonando una plegaria, que fue coreada por todos los asistentes. Luego se colocó el pectoral y entregó con mucha ceremonia un brasero a cada capitán para que sahumara el tlachtemalácatl, el aro de piedra que correspondería a su equipo en el campo, invocando el favor de su numen tutelar. En este campo de juego, como en casi todos, los númenes de cada aro eran Tezcatlilpoca y Ehécatl. Finalmente, el sacerdote entregó a cada capitán una flautilla de barro, con la que presentaría a los miembros de su equipo, y después salieron todos del campo.
Unos minutos después, el achtopile ordenó otro toque de caracol, y entonces entraron al campo los equipos, precedidos por su capitán que venía ejecutando una sencilla melodía con la flautilla. Los jugadores se formaron a cada lado de la raya central e intercambiaron reverencias, pasando después a ocupar sus posiciones.
En esa ocasión se había acordado que jugaría cada equipo con seis integrantes, y se daría el triunfo al primero que acumulara veinte tantos, entendiéndose que sacrificarían cuatro integrantes del equipo perdedor.
Una enorme ovación coreó el viaje de la pelota que arrojó el achtopile, dando inicio formal al juego. La pelota rebotó hacia el campo de los Centzon, y su capitán la golpeó fuertemente con el codo, rebotándola en la pared de su tlachtemalácatl con intención de enviarla lejos del alcance del capitán rival, un tiro recto y fuerte que amenazaba con puntuar. Pero un jugador rival corrió en diagonal y, con una buena contorsión, logró impactar la pelota al segundo bote en el pasto con la rodilla izquierda, enviando un tiro alto hacia su paredón que rebotó a menos de un codo de su aro, rozándolo después para cambiar su trayectoria y confundir a sus rivales. Era un tiro excelente, y así lo coreó la multitud, pero el rebote salió directo a un rival, que ni tardo ni perezoso respondió con un golpe de aire con el codo, un tiro profundo que obligó al guarda contrario a correr a toda velocidad para atajarlo, consiguiendo impactarlo apenas con el codo, lanzándose al frente y cayendo pesadamente. Le resultó un tiro defensivo, apenas suficiente para pasar al campo contrario, y el capitán pidió el golpe para colocar un tiro fuerte y bajo que pasó muy lejos de cualquier oponente. El achtopile levantó su vara y otorgó el primer tanto al equipo Centzon, que fue largamente coreado por los espectadores.
Después de algunos minutos que sirvieron para que la gente cruzara nuevas apuestas, un jugador de los Centzon reinició el juego lanzando la pelota al paredón con un tiro de rodilla, provocando que el rebote saliera elevado para dificultar la respuesta de los contrarios. El capitán de los Guerreros respondió con un tiro de codo difícil y colocado, pero su contraparte lo devolvió con la cadera. Llegaron a intercambiar más de diez golpes de cada equipo, antes que un jugador de los Centzon Mimixcoa errara el golpe con el codo, pegándole con fuerza la pelota debajo de la axila y tirándolo al suelo con una costilla rota. El achtopile marcó inmediatamente el tanto para los Guerreros, empatando el marcador.
Siguió disputándose el reñido encuentro, con arrojo y decisión por parte de los jugadores, tiros espectaculares y grandes ovaciones de un público extasiado por la habilidad de los contendientes. Poco después del mediodía, el marcador se encontraba diecinueve tantos a catorce a favor de los Guerreros de Tonatiúh, estableciendo un claro dominio sobre sus disminuidos rivales, que prácticamente habían perdido dos jugadores: el de la costilla rota, que aunque seguía en el campo había bajado mucho su rendimiento, y otro que dos tantos atrás recibió un duro golpe en la cabeza que obligó a retirarlo del campo inconsciente, a pesar de que la pelota le pegó en el casco de cuero.
El tanto que se estaba jugando parecía el definitivo porque lo estaba dominando claramente el equipo de los Guerreros. Pero gracias a un tiro débil y sin colocación de éstos, el capitán de los Centzon pudo colocar un buen golpe que le pegó a un contrario justo por debajo de la mentonera, enviándolo al suelo resollando con desesperación. El achtopile marcó el tanto y los compañeros del jugador caído se apresuraron a sacarlo del campo de juego.
La pelota se puso nuevamente en juego, con ambos equipos intercambiando buenos tiros sin que ninguno lograra dominar al otro, a pesar de la aparente superioridad numérica del equipo del sol. El cansancio y el calor que se sentía a esa hora del día, aunados a las contusiones causadas por tantos impactos a la pelota, obligaban a los jugadores a poner una cuota extra de esfuerzo en cada movimiento. Pero ninguno de ellos desmayaba. Aún el jugador con la costilla rota se las arregló para colocar un bueno tiro con la cadera, salvando a su equipo de la derrota. Y en ese momento, lo improbable ocurrió. Un jugador de los guerreros logró un tiro durísimo, que fue a dar entre dos rivales. Pero uno de ellos corrió con desesperación, y con gran esfuerzo se lanzó para intentar un impacto con la rodilla. Alcanzó a golpear la pelota pero cayó pesadamente, quedando inmóvil en el pasto.Resultó un tiro débil que el capitán de los Guerreros corrió para rematarlo y culminar el partido. Pero cuando la pelota rebotó en el paredón, cayó justo en el centro del tlachtemalácatl, cruzándolo con lentitud y cayendo al otro lado. Por un momento que pareció eterno, tanto jugadores como espectadores se quedaron inmóviles, mudos por la sorpresa. El primero en reaccionar fue el achtopile, que agitó frenéticamente su vara gritando a todo pulmón:-¡Se ha logrado un Teotlapoalli! ¡El triunfo es para el equipo de los Centzon Mimixcoa! Inmediatamente, el caracol de órdenes tocó con fuerza, pero ya no pudo escucharse. Tanto en el graderío como en la cancha se desató una ovación descomunal. Los integrantes de ambos equipos se congregaron alrededor del afortunado jugador que consiguió el tiro, abrazándolo y felicitándolo efusivamente, mientras el público bailaba y aplaudía en las tribunas. La celebración duró largos minutos, y cuando parecía que por fin amainaba el escándalo, el achtopile bajó al campo y entregó solemnemente al jugador un objeto plegado, que éste recibió con la incredulidad marcada todavía en el rostro. Desplegándolo, mostró el objeto en alto: se trataba de nada menos que el Quetzalpantli del Águila Dorada. Llorando de emoción, el jugador besó la tierra hacia las cuatro direcciones, y dio una vuelta al campo gozando de la aclamación popular. Acabó postrándose frente al glifo de Ehécatl, que había sido el numen tutelar de su equipo en el campo. La enorme serpiente formada por la fila de espectadores que bajaba de las gradas se movía lentamente, pero las excitadas conversaciones no disminuían a pesar del cansancio y el calor. Los alumnos del Tepochcalli avanzaban siguiendo a su tutor, comentando también en voz baja el prodigio que les había tocado presenciar.-Todavía no lo entiendo-, dijo Totozontli a sus amigos. -¿Por qué es tan importante el teotlapoalli? Sus amigos lo miraron con incredulidad, y fue Yametl el que le contestó:-Porque es el tiro más difícil que hay. Es rarísimo que se pueda conseguir uno. Por eso gana el juego el que lo logra.-¿Qué tan raro?-Mucho. No creo que nadie de los que estábamos en el campo haya visto uno antes.-¿Ni los jugadores?-No, ellos tampoco-, dijo Atecuico. –Escuché allá arriba a un anciano decir que su padre le platicó de uno que sucedió hace más de una gavilla. Fue el último que se logró en este campo, antes de hoy.-¿Más de una gavilla de años?-, preguntó Topilli con incredulidad. –Sabía que es muy raro, pero no tanto. A lo mejor escuchaste mal.Yametl movió la cabeza y respondió:
-No creo que Atecuico haya escuchado mal, Topilli. Mi padre me dijo alguna vez que él no había sabido de alguien que lo consiguiera, y debe tener como cuarenta años.
-Piénsalo bien, Topilli-, insistió Atecuico. -Estamos hablando de una pelota que no tiene ni cinco dedos de diámetro, pasando por un aro que será acaso una uña mas grande, lanzada no con la mano, sino con codos, cadera o rodillas, en un campo de unos veinte por cincuenta largos. Podrías pasarte años intentándolo, no ya en juego, sino tirándole directo desde varias posiciones, sin poder lograrlo.-Ciertamente es un tiro difícil.-Más que difícil. Es un tiro casi imposible.
-Con razón el achtopile le dio el estandarte del Águila, además de ganar el juego para su equipo.
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