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LA REFORMA DEL IMPERIO. Michel Graulich.

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Pero quizás los rumores sólo hayan amplificado hechos reales, y ahí es donde volvemos al tema de
las reformas administrativas. En realidad, no tienen nada de improbable, si bien los cronistas
exageraron algunas de sus facetas. La mayor parte de los autores modernos admiten su realidad,
incluso para criticarlas fuertemente, siguiendo a los propios aztecas –pero desde su postura de
demócratas del siglo XX.
Tomemos por ejemplo a Jacques Soustelle. Su interpretación da el tono de entrada: habla de
“reacción aristocrática”, obvia referencia a lo que ocurrió en Francia en vísperas de la Revolución.
“Puede ser”, sugiere, “que esta evolución hubiera proseguido hasta hacer que cristalizara una nobleza
puramente hereditaria.”

El historiador inglés Nigel Davies también ve en dichas reformas una especie de
“contrarrevolución” en detrimento de la gente de baja extracción que había ascendido por sus méritos
y a la que el emperador “progresista” Ahuítzotl había favorecido. Este último, alega Davies, se había
acostumbrado a la tosca camaradería de los campamentos militares. Para encontrar dignatarios
capaces, buscó el talento donde acostumbraba encontrarlo, y privilegió a personas de cuna plebeya.
Su popularidad, supone, molestaba a Moctezuma, quien decidió entonces desplazar a todos los
funcionarios y dignatarios que pudieran comparar desfavorablemente su manera de reinar con la de
su antecesor. Por lo demás, Moctezuma habría creído “en forma casi obsesiva” en el derecho divino
de los nobles a dirigir los asuntos del Estado. Paradójicamente, Davies agrega que el emperador, sin
embargo, estaba tendiendo hacia la monarquía absoluta... ¿Por qué esa “locura” de las reformas?
Para evitar que la jerarquía se diluyera y se desintegrara la nobleza por el crecimiento del imperio.

Davies también sugiere que, a lo mejor, Moctezuma trataba de cerrar el paso a las clases en ascenso
porque quería favorecer a los conservadores, a quienes tal vez debía su elección.
El estadounidense Brundage va todavía más lejos, al calificar de “acción inaudita y chocante”, de
verdadera “catástrofe” esta “guerra contra los bastardos y los plebeyos”. Pero esa “purificación del
Estado”, en realidad, sólo enaltecía valores antiguos y generalmente aceptados.
Para Emily Umberger, Moctezuma era simplemente “un elitista que se consideraba a la par de los
dioses”. Finalmente, Rojas considera que, si bien defendía los intereses de los nobles, era para poder
actuar como un verdadero déspota oriental. El emperador habría perdido así la simpatía de las masas,
como lo mostró la Conquista.

Todo esto prueba que nosotros también tenemos modelos míticos que estructuran nuestras
interpretaciones. Prueba asimismo lo difícil que resulta poner las cosas en perspectiva y no aplicarles
los criterios propios de nuestra época. Uno percibe vagas analogías con situaciones conocidas y por
ahí se sigue hasta el fondo, a riesgo de olvidar las diferencias y de perder de vista elementos
esenciales. Eso no vale para Soustelle, quien debía saber perfectamente que no se trataba en realidad
de una “reacción nobiliaria” –sobre todo si recordamos que, según su forma de ver, la nobleza azteca
sólo era hereditaria en parte. En su notable La vida cotidiana..., se propone más que nada ilustrar la
grandeza de la civilización azteca, “una de esas culturas cuya creación es un orgullo para la
humanidad” y, si multiplica los paralelos con Europa, es para demostrar que dicha civilización está a
la altura de las del Viejo Mundo. Pero los demás autores a veces dan la sensación de que les cuesta
concebir, en la época y la civilización que sea, una política válida fuera de los principios
democráticos e igualitarios en boga hoy en día. Debe ser un efecto de nuestro “cronocentrismo”, que
nos lleva a juzgar siempre superior lo que nos es contemporáneo.
Porque al final, con no ser un demócrata, Moctezuma era lo opuesto de un monarca de política
retrógrada. Ahora bien, ¿de qué lo culpan? ¿Del posible asesinato de sus hermanos? No.
Curiosamente, eso no parece plantear mayor problema. Pero se juzga imperdonable que haya
emprendido una reacción –peor aún, una reacción retrógrada. Le reprochan su inclinación hacia la
monarquía absoluta, su preferencia por los nobles, su indiferencia hacia el talento de la gente
ordinaria; lo culpan de haber agredido al pueblo y a los bastardos (nobles), de haber desplazado al
personal de su antecesor Ahuítzotl.
Veamos para empezar este último punto, radicalmente diferente de los demás, pues en ese caso
también los nobles están en la mira. En ningún lado se dice, en efecto, que Moctezuma sólo liquida a
los servidores plebeyos de Ahuítzotl; por el contrario, se deshace de todos, incluso de “todos los
miembros de sus consejos, que ahí estaban desde tiempos de su padre”, afirma Alva Ixtlilxóchitl.
Dicho sea de paso, este solo dato llevaría a matizar la interpretación según la cual el emperador
estaba obsesionado con una nobleza a la que quería favorecer a cualquier precio.
¿Sólo lo movía la envidia hacia su antecesor? La hipótesis de Davies se apoya en un pasaje según
el cual el cihuacóatl hizo notar a Moctezuma que la medida podía malentenderse y que el pueblo
podía ver en ella una voluntad de denigrar la obra de los reyes anteriores. Sin embargo, esa prudente
–y legítima– advertencia de ninguna manera demuestra que tal era la intención del emperador; sólo
prueba que podían existir en la opinión pública voces desconfiadas y malévolas. ¡Y no se podía
contar con los funcionarios despedidos para acallarlas!
Las razones expresadas por el propio emperador, bien consideradas, resultan perfectamente
sensatas. Quiere una administración que le obedezca sin reparos y no lo compare con Ahuítzotl en

cada ocasión. ¿No es eso, acaso, lo que buscan los presidentes actuales –especialmente en México o
en Estado Unidos– cuando, al llegar al poder, cambian a los funcionarios, embajadores, etcétera?
¿No es éste el sueño de tantos ministros en Europa, que se quejan de que sus administraciones actúan
por la libre y no les hacen caso? Moctezuma tenía grandes proyectos. Quería que lo apoyaran sin
discutir, nada más.
Pasemos a la “reacción nobiliaria”, expresión inspirada como vimos en lo que sucedió en Francia
en el siglo XVIII. Pero son totalmente distintas las situaciones: aquí se trata de un imperio arcaico que
busca su equilibrio, allá de un reino milenario y de una nobleza cansada que se aferra a sus
privilegios. Si alguien quiere comparar, que se atenga a la Francia medieval, cuando el reino estaba
por construir.
Tampoco se puede hablar de “contrarrevolución”. ¿Cuál contrarrevolución, si nunca hubo
revolución? Desde el principio del siglo XV, toda la evolución de la sociedad azteca tendía hacia una
creciente estratificación y jerarquización. Se promulgaron leyes destinadas a subrayar las diferencias
de estatus social desde el principio del imperio, durante el reinado de Itzcóatl. Éste otorgó tierras de
los vencidos y títulos a los valientes que más se habían distinguido en la guerra contra los tepanecas.
Además, tuvieron sus estatuas y se perpetuó su memoria en los libros. Ahora bien: esos valientes eran
todos grandes señores.
Moctezuma I desarrolló el sistema de títulos de Itzcóatl y promulgó leyes suntuarias: sólo el
soberano tenía derecho a usar una corona de oro en la ciudad; sólo él y el cihuacóatl podían caminar
calzados en el palacio, y en general sólo podían usar sandalias los grandes y los valientes. La gente
común no podía vestir ropa de algodón y sus mantas no debían llegar debajo de la rodilla –excepto
para ocultar heridas de guerra. Huelga decir que se les prohibía adornarlas. Los tejidos multicolores
suntuosos, de complejos dibujos, cuyos modelos figuran en varios códices antiguos, eran privilegio
exclusivo de las personas de calidad, así como los bezotes de oro y de cuarzo, los pectorales, los
cascabeles, los collares de oro y las pulseras de jade o de otras piedras semipreciosas, las enseñas y
los penachos de plumas. Los valientes de origen plebeyo debían conformarse con guirnaldas
comunes, adornos de plumas corrientes, collares de huesos, conchas marinas o piedras sencillas. En
el palacio real, se asignaban salas específicas a las diversas clases. Bajo pena de muerte, la gente
común tenía prohibido mezclarse con los grandes. En realidad, parece que sólo podía entrar al
palacio para prestar servicios tributarios.
Se procuraba ampliar la brecha entre la gente común, los valientes y los nobles, pero también entre
éstos y el rey. El noble sorprendido en el palacio con las sandalias puestas también se exponía a la
pena de muerte. Hasta el mediocre emperador Tízoc contribuyó a acentuar la estratificación y nada
hizo Ahuítzotl para reducirla.

El cambio, entonces, fue mucho menos radical de lo que sugiere la
Crónica X. Agreguemos que desde tiempos inmemoriales una distinción tajante entre gente común y
nobleza hereditaria era la regla en Mesoamérica, incluso fuera de los territorios dominados por la
Triple Alianza. Y de mucho tiempo atrás, la administración del reino era asunto principalmente
reservado a los señores de alto linaje. ¿Podemos afirmar entonces que Moctezuma cerró toda
posibilidad de ascenso social, a riesgo de enajenarse a la gente común? No. Todos los testimonios en
donde consta que algunos plebeyos tenían la posibilidad de acceder a la clase superior fueron
recogidos durante el siglo XVI y describen situaciones posteriores a las reformas. El efecto principal
de éstas fue frenar el acceso a los cargos de gran responsabilidad desde la primera generación.
Entonces, nada de “contrarrevolución”. Nada, tampoco, de favorecer a los nobles. Pues, ¿de dónde

podía proceder la principal amenaza contra la “monarquía absoluta” supuestamente ambicionada por
Moctezuma, sino de los nobles, en especial los de las ciudades recientemente o mal sometidas? ¿No
se insinuaba que ellos mismos habían suprimido al emperador Tízoc, por parecerles muy blando?

Lo que hacía falta era conciliarlos y, al mismo tiempo, controlarlos estrechamente, y es lo que se
propuso hacer Moctezuma. En efecto, les da casi la exclusividad sobre los cargos más altos; pero a la
vez los pone en orden y los humilla. Toma a sus hijos, los pone a todos en un mismo nivel –deben
tener la misma altura– y los convierte en sus sirvientes y barrenderos; los cría y moldea para que se
conviertan en instrumentos incondicionales de su política. Si es preciso comparar con lo que sucedió
en Francia, habría que voltear hacia Luis XIV quien, recordando la Fronda, atrae a los nobles a
Versalles para controlarlos mejor.
Pero Moctezuma va más lejos. Los príncipes de las provincias son verdaderos rehenes. Cada rey
tenía la obligación de mantener una morada en Tenochtitlan y de vivir ahí cierto tiempo cada año.
Cuando regresaba a su casa, un hermano o un hijo venía a relevarlo...18 Por lo demás, imponer tales
obligaciones a los nobles y señores tenía una ventaja adicional: menoscababa su potencia
económica.

Moctezuma, reprochan también, habría decidido prescindir de los talentos de origen popular, tan
apreciados por su tío. Primero, ya vimos que el ascenso social seguía siendo posible. Luego, esos
talentos que Ahuítzotl descubría en los campamentos militares, ¿cuáles podían ser sino precisamente
el valor en el campo de batalla? Ahora bien, los aztecas empiezan a darse cuenta de que no basta con
ser fuerte y valiente para edificar un imperio y para administrarlo. Lo que hace falta ahora es
consolidar y organizar. Las relaciones con las ciudades sometidas descansan cada vez menos en la
fuerza bruta y la diplomacia tiene un papel creciente en este imperio desmedido donde hay que evitar
una revuelta general.
Moctezuma necesita personas mejor educadas, que hayan recibido una formación más amplia.
Necesita, en particular, un cuerpo de diplomáticos sutiles que dominen todos los matices del idioma.
A esos especialistas los toma donde los encuentra, es decir, en el calmécac, el colegio que frecuentan
los nobles. Por esa razón, con ellos va a remplazar a los funcionarios de Ahuítzotl en todo el
imperio. También por esta razón, entre otras, Moctezuma atrae a su casa a los jóvenes de la nobleza,
a quienes logra inculcar un sentido profundo del deber y del imperio, niños que lo considerarán
como su padre y se volverán sus auxiliares competentes, confiables y leales.
Hay más todavía. Es necesario fortalecer y unificar el imperio. Muy naturalmente, el emperador
empieza por arriba, por esos nobles que, cualquiera sea su origen, están más cerca unos de otros que
los ciudadanos ordinarios de ciudades cuyas lenguas y costumbres suelen ser muy variadas. Forman
una especie de “Internacional” que el trono debe cooptar, por las buenas o por las malas, en el
entendido de que los súbditos de los nobles seguirán dependiendo de ellos; una “Internacional” cuya
existencia expresan a la perfección las invitaciones a las grandes fiestas que los dirigentes de Estados
enemigos se dirigen unos a otros.
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Tomar rehenes, honrarlos introduciéndolos en la corte y dándoles una educación refinada que los
prepara para las más altas responsabilidades; ganarse a las élites de las provincias, colmándolas de
favores y beneficios y procurando aculturarlas: ese método siempre funciona. Fue, por ejemplo, el de
los misioneros cristianos y de los imperios coloniales y sigue siendo el de las democracias y las
empresas occidentales en el tercer mundo.
Eso no impide, objetarán, el hecho de que Moctezuma dejaba a montones de talentos plebeyos sin

empleo. Así es, en efecto. Pero, en la sociedad que le tocó vivir, la clase de los nobles bastaba para
proveer el grueso de las competencias necesarias para la administración y la ilustración del imperio.
Sólo cuando se vuelven más complejos los engranajes del Estado, cuando las funciones se
diversifican, cuando las ramas del saber se especializan y cuando la producción requiere de menos
brazos, sólo entonces hace falta extender progresivamente la educación a un número creciente de
individuos.
Se trataba, por tanto, de mejorar la administración de la ciudad y la cohesión del imperio, de
controlar a los nobles, de granjeárselos y emplearlos como fuerza unificadora, y de fortalecer la
autoridad y el prestigio del poder central. Era preciso dotar al imperio de cimientos y murallas
indestructibles.

Toda la acción de Moctezuma se concentrará en estas metas: consolidar y reforzar.
En lugar de acometer conquistas cada vez más lejanas, al costo de dificultades cada vez mayores y
para un provecho económico cada vez más escaso, intentará consolidar las conquistas anteriores y
reducir los enclaves.

La misma política se aplica en lo religioso: lo veremos crear una morada para
todos los dioses del imperio, reunidos en torno a Huitzilopochtli como los nobles de las provincias
en torno al emperador.
Con todo eso, ¿se proponía ejercer la monarquía absoluta? Eso es un anacronismo más, por lo
menos si tomamos la fórmula en su acepción usual. Pues, finalmente, ¿qué era el imperio azteca? Un
mosaico de reinos más o menos jerarquizados, más o menos sometidos, que no pasaban de entregar
un tributo de importancia variable o, cuando hacía falta, tropas; cierto número de provincias
directamente administradas por gobernadores; algunas ciudades repobladas y colonizadas por
poblaciones leales y, en la cumbre, una alianza de tres ciudades y de tres reyes. Antes de convertirse
en monarca absoluto, ¡le quedaba a Moctezuma un larguísimo camino por recorrer! Fortalecer su
posición en Tenochtitlan, especialmente respecto al cihuacóatl, cuya importancia en efecto parece
reducirse; confirmar su preeminencia sobre Texcoco; crear condiciones para poder intervenir
directamente en el manejo interno de los demás reinos: en conjunto, significaba una inmensa tarea y a
duras penas el emperador tenía recursos para siquiera empezarla.
Al final, los adversarios en la guerra sagrada, los no del todo sometidos y los humillados de todo
tipo denunciaron el hecho de que Moctezuma se hubiera proclamado monarca universal, prueba para
ellos de su desmedido orgullo. Sin embargo, varios de sus antecesores desde Itzcóatl ya habían usado ese título, que para nada fue invento del gran tlatoani.
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Tomado de:
MOCTEZUMA APOGEO Y CAIDA DEL IMPERIO AZTECA
Michel Garulich
https://drive.google.com/file/d/1WcLcDZr-lqHfOLbS7bf78O3IE4KgBNqe/view

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