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GUILLERMO BONFIL BATALLA Y EL MÉXICO PROFUNDO II

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   GUILLERMO BONFIL BATALLA Y EL MÉXICO PROFUNDO II
Todo escolar sabe algo del mundo precolonial. Los grandes monumentos arqueológicos sirven como símbolo nacional. Hay un orgullo circunstancial por un pasado que de alguna manera se asume glorioso, pero se vive como cosa muerta, asunto de especialistas o imán irresistible para atraer el turismo. Y, sobre todo, se presume como algo ajeno, que ocurrió antes aquí, en el mismo sitio donde hoy estamos nosotros, los mexicanos. El único nexo que se finca en el hecho de ocupar el mismo territorio en distintas épocas, ellos y nosotros. No se reconoce una vinculación histórica, una continuidad. Se piensa que aquello murió asesinado -para unos- o redimido -para otros- en el momento de la invasión europea. Sólo quedarían ruinas: unas en piedra y otras vivientes. Ese pasado lo aceptamos y lo usamos como un pasado del territorio, pero nunca a fondo como nuestro pasado: son los indios, es lo indio. Y en ese decir se marca la ruptura y se acentúa con una carga reveladora e inquietante de superioridad. Ésa renuncia, es la negación del pasado, ¿corresponde realmente a una ruptura histórica total o e irremediable? ¿Murió la civilización india y lo que acaso resta de ella son fósiles condenados hace ya cinco siglos a desaparecer porque no tiene ni presente ni futuro posible? Es indispensable repensar la respuesta a estas preguntas, porque de ellas depende muchas otras preguntas y respuestas urgentes sobre el México de hoy y el que deseamos construir.
La civilización mesoamericana no es producto de la intrusión de elementos culturales foráneos, ajenos a la región, sino del desarrollo acumulado de experiencias locales, propias. La mirada del colonizador ignora la ancestral mirada profunda del indio para ver y entender esta tierra, como ignora su experiencia y su memoria.

Lo que importa subrayar es el hecho de que la milenaria presencia del hombre en el actual territorio mexicano produjo una civilización.
Los testimonios de este largo proceso civilizatorio nos rodean por todos los rumbos: siempre tenemos frente a nosotros un vestigio material, una manera de sentir y de hacer ciertas cosas, un nombre, un alimento, un rostro, que nos reiteran la continuidad dinámica de lo que aquí se ha creado a lo largo de muchos siglos. No son objetos, seres ni hechos mudos: persistimos tercamente en no escucharlos.
Pese al empeño, viejo de cinco siglos, en cambiar los nombres de nuestra geografía, estos siguen aquí, como una terca reserva de conocimiento y de testimonio que sólo estarán al alcance de la mayoría de los mexicanos cuando cambie sustancialmente nuestra relación con las lenguas indígenas.
Más allá de esta realidad innegable, la predominancia de rasgos indios en las capas mayoritarias de la población y su presencia mucho más restringida en ciertos grupos de las clases dominantes, indica que el mestizaje no ha ocurrido de manera uniforme y que estamos lejos de ser la democracia racial que con frecuencia se pregona. Estas diferencias resultan de un hecho histórico que marca lo más profundo de nuestra realidad desde hace casi cinco siglos: la instauración de una sociedad colonial, de cuya naturaleza formaba parte necesaria la diferencia entre los pueblos sometidos y la sociedad dominante. Esta distinción era imprescindible y abarca también el contraste racial, porque el orden colonial descansa ideológicamente en la afirmación de la superioridad de la sociedad dominante en todos los términos de comparación con los pueblos colonizados, incluyendo desde luego la superioridad de la raza.
Esta escisión colonial, en lo biológico y en lo cultural, se mantuvo como un problema candente a lo largo del siglo XIX y continúa presente, como se verá con mayor detalle más adelante.
Las diferencias sociales entre indios y mestizos no obedecen, en consecuencia, a una historia radicalmente distinta del mestizaje. El problema puede verse mejor, en otros términos: los mestizos forman el contingente de los indios desindianizados. La desindianización es un proceso diferente al mestizaje: este último es un fenómeno biológico y el empleo del término para referirse a situaciones de otra naturaleza, el mestizaje cultural, por ejemplo, lleva el riesgo de introducir una visión equivocada e improcedente para el tender procesos no biológicos, como los que ocurren en las culturas de grupos diferentes que entran en contacto con un contexto de dominación cultural.
La desindianzación no es resultado del mestizaje biológico, sino de la acción de fuerzas conocidas que terminan por impedir la continuidad histórica de un pueblo como una unidad social y cultural diferenciada.
En este racismo hay mucho más que una referencia por ciertos rasgos y tonalidades. La discriminación de lo indio, su negación como parte principal de ?nosotros?, tiene que ver más con el rechazo a la cultura india que con el rechazo de la piel bronceada. Se pretende ocultar e ignorar el rostro indio de México, porque no se admite una vinculación real con la civilización mesoamericana. La presencia rotunda e inevitable de nuestra ascendencia india es un espejo en el que no queremos mirarnos.
Los pueblos indios, como cualquier pueblo de cualquier lugar y momento, provienen de una historia particular, propia. A lo largo de esta historia -milenaria, en muchos casos-cada generación transmite a las siguientes un legado que es su cultura. La cultura abarca elementos muy diversos: influye objetos y bienes materiales que ese sistema social organizado que aquí denominamos pueblo, considera suyos: un territorio y los recursos naturales que contiene, las habitaciones, los espacios y edificios públicos, las instalaciones productivas y ceremoniales, los sitios sagrados, el lugar donde están enterrados nuestros muertos, los instrumentos de trabajo y los objetos que enmarcan y hacen posible la vida cotidiana; en fin, todo el repertorio material que ha sido inventado y adoptado al paso del tiempo y que consideramos nuestro -de nosotros-los mayas, los tarahumaras, los mixes.
En el caso específico de los pueblos indios de México, hay otra condición histórica que es indispensable tomar en cuenta para entender sus características y su situación actual: el hecho de que durante 500 años han sido los colonizados. La dominación colonial ha tenido efectos profundos en todos los ámbitos de la vida indígena al analizar las culturas indias, con frecuencia es difícil establecer los límites que separan lo económico de lo social; como es difícil distinguir lo que se cree, de lo que se sabe, el mito, de la explicación y de la memoria histórica; el rito de los actos cuya eficacia práctica ha sido comprobada una y otra vez, por generaciones.
Resulta difícil comprender muchas características fundamentales de las culturas mesoamericanas si no se toma en cuenta una de sus dimensiones más profundas: la concepción de la naturaleza y la ubicación que se le da al hombre en el cosmos. En esta civilización, a diferencia de la occidental, la naturaleza no es vista como enemiga, ni se asume que la realización plena del hombre se alcanza a medida que más se separa de la naturaleza. Por el contrario, se reconoce la condición del hombre como parte del orden cósmico y aspira a una integración permanente, que sólo se logra mediante una realización armónica con el resto de la naturaleza.
La tierra es un ente vivo, que reacciona ante la conducta de los hombres; por eso, la relación con ella no es puramente mecánica, sino que se establece simbólicamente a través de innumerables ritos y expresiones en mitos y leyendas.
Por eso el hombre no se enfrenta la naturaleza: esta no es enemiga ni objeto de dominación, sino un todo inmediato con el que debe armonizarse la vida humana. El trabajo adquiere entonces el sentido de un vínculo de relación con la naturaleza viva y esa relación, como entre los hombres, es de reciprocidad; por eso el servicio a la comunidad, sea cual sea el ámbito en el que se presenta, se reconoce también como trabajo.
Falta mucho por conocer en este sentido, porque la investigación ha sido escasa; pero resulta claro que existen representaciones colectivas acerca de los problemas fundamentales del hombre, la vida y el universo que dan coherencia y sustentan ideológicamente la práctica social y cultural de los pueblos indios.
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Tomado del Libro
México Profundo una civilización negada
de Guillermo Bonfil Batalla

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