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“La muerte me pertenece”. Gerardo de la Torre

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POR ROBERTO RONDERO | El Sol de México

¿Cómo sobrellevar lo irremediable? ¿Hasta qué punto puede ser aceptable prolongar la vida de un enfermo para el que solo hay sufrimiento? ¿Puede un médico ser juez y parte de una decisión definitiva? En “La muerte me pertenece” (Ediciones B, 228 páginas), de la autoría del escritor oaxaqueño Gerardo de la Torre, de 78 años, aborda con pulso firme y sin concesiones el polémico dilema de la eutanasia activa.


La condición humana y la vida conyugal son el punto de partida de una trama tan actual como controversial, en el que las leyes nunca podrán ir aparejadas con el dolor, las dudas, y las emociones.

– El viaje sin retorno

…”Manejaba Damián a velocidad mediana, procurando esquivar sin sobresaltos la marea de automóviles. De vez en tanto miraba de reojo a Mercedes, que viajaba con la mirada perdida al frente, como una ciega. Pesaroso, Damián cavilaba. La intervención quirúrgica sería el menor de los obstáculos que tendría ella que sortear. Habría luego una tregua. Unas tres semanas destinadas a la convalecencia, a recuperar fuerzas, el vigor que necesitará en los austeros tiempos que se avecinaba. Muy pronto Mercedes comenzaría a entender que en adelante iba a residir en un infierno. Y ante tan aterradora disposición del porvenir, de nada servirían las palabras de aliento o de consuelo, quizá solo valdrían las de solidaridad entre iguales. “Para decirlo sin disimulo, entre condenados a muerte. Un intercambio de inquietudes y dudas sobre el más allá. No la curiosidad distante y exenta de pavores de los que aún no divisan en el horizonte el momento de su extinción, sino la de quienes se saben malheridos y en trance postrero. ¿Sería inmoral el alma, conseguirían sus híbridos de alma y cuerpo un sitio en el paraíso? ¿Sobrevendría el milagro de la reencarnación? ¿Qué les aguardaba en el más allá?

“Pasaban frente al Parque Hundido cuando Damián cayó en cuenta que Mercedes permanecía remota, indiferente) de que la daba ya por desahuciada antes de que la sometieran a la operación y al ataque de químicos y fotones y se viera si había beneficio para su organismo. Recapacitó. Se obligaría a enfrentar el asunto con optimismo. Tendría que imponerse la creencia (y a la vez imponérsela a Mercedes) de que una etapa previa de radiaciones y la intervención quirúrgica liquidarían para siempre el problema.  En el último de los casos, razonó Damián, durante un tiempo le aplicarían radioterapia y una combinación de químicos para eliminar los focos pertinaces. Y abrigó en ese instante la necia esperanza de que la vida continuara largamente por cauces apacibles.

/arm

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