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TRABAJANDO CON LA ABUELITA

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Cuando llegó el momento más importante, me levanté de la silla y entonces una inmensa voz interior, que reverberó en todo mí ser dijo – la forma de vencer al mal es perdonarlo. Híncate, y perdónala -. Yo pensaba que nunca me debería hincar y jamás lo hacía, pero a partir de ese momento supe que, siempre que entrara a un templo, me tendría que hincar. Con ello estaría manteniendo perennemente mi convicción de perdonar.

Desde que conocí a la abuelita, no sólo por su frágil y delicada figura, sino fundamentalmente por mi educación colonizada, no le ponía mucha atención, a pesar de saber que era “una mujer de conocimiento”. El problema real, es que la abuelita es una indígena mazateca. Los mestizos tenemos quinientos años de menospreciar a los indígenas de manera consciente o inconsciente.

Era como la novena vez que estaba con la abuelita y la cuarta que “trabajaba” con ella. Siempre lo había hecho con interlocutores, entre otras cosas, porque la abuelita no habla “bien” el español, de modo que, siempre la acompaña su nuera Refugio, quien se encarga de los asuntos del mundo material de la abuelita y es su traductora “oficial”.

 

La abuelita es tan impecable que, a pesar de que en “las ceremonias” es el centro y la conductora de los “actos”, siempre se las arregla para pasar inadvertida. Aparenta ser un ser prescindible, como una discreta ayudante y siempre le presta la “batuta” a alguno de sus ayudantes.

Esa tarde había quedado de que Refugia nos acompañaría para “trabajar”. Cuando llegué por ellas, resulta que “Refugia” (así le decía la abuelita porque decía que era mujer) se había ido a Huautla y la abuelita me esperaba en casa de una amiga suya, muy dispuesta para irnos a trabajar a mi casa. Siempre carga su bolsa del mandado de plástico, que es una especie de portaequipaje, maletín médico y despensa ambulante al mismo tiempo. Menudita y sonriente dijo al verme, - ya llegaste tú Tigre, vámonos a trabajar, hay Jalisco no te rajes!!!-.

Yo me sentía incómodo, quería que Cupertino, uno de los discípulos más avanzados de la abuelita me acompañara en esa noche de poder. ¿Qué iba yo hacer sólo con la abuelita?, que ni habla bien el español y luego ni le entiendo. Internamente angustiado, traté de convencer a Cupertino pero sus razones eran más que contundentes. La abuelita me dijo en su medio español que Edgardo, otro de los aprendices había pasado a saludarla y dijo que él nos acompañaría a trabajar esa noche.

Desesperado subí a la abuelita al coche. Ella siempre que se sube a un auto por primera vez, se persigna y lo hace tan complicado. Como si uno se subiera a una nave marciana. Salí a buscar a Edgardo, quien es artesano y tiene un puesto ambulante en el zócalo. Cuando llegué no estaba y su esposa me dijo que él andaba en Santo Domingo en otro puesto temporal. En ese momento mi angustia cesó de súbito. Sentí que mi compromiso con la abuelita era ineludible y que no podía andar por todo Oaxaca como mariquita buscando quien me liberara de mi inevitable encuentro con la “mujer de conocimiento”. Con una fría y directa determinación, enfilé el coche hacia mi casa, el sol se estaba ocultando en el Oeste.

Viajaba callado por la carretera del Fortín. Abajo las luces de Oaxaca comenzaban a encenderse y Monte Albán dibujaba su extraordinaria silueta en el atardecer moribundo. La abuelita iba en la parte de atrás agarrada a la cabecera del asiento delantero y miraba atenta la vista desde el Fortín. Abuelita – le pregunte- le gusta viajar en coche. Me gusta –contesto.

Al aproximarnos a la casa, que está en las afueras de un pueblo cercano a Oaxaca, pensé que sería un problema con los cuatro perros bravos que cuidan el predio. Nos bajamos y cuando los perros nos encararon, sobre todo el líder, la abuelita le dijo –que te pasa pistolero, tranquilo. Asombrosamente el “pistolero” y su pandilla se portaron como dóciles perrillos falderos.

Tenía años de saber que una persona amargada y resentida se la pasaba haciéndome “brujería”. Como en el fondo trato de no creer en esas cosas y además, porque sé que sí uno enfrenta su propia fuerza en contra de esas artes maléficas, generalmente las puede uno neutralizar. Sin embargo, en los últimos tiempos “la que tiene cola”, como la bautizó la abuelita, estaba insoportable, fue necesaria la intervención del inmenso poder benéfico de la abuelita para quitármela de encima.

Ya una persona que estaba en el círculo de mis sentimientos, había trabajado con la abuelita y me había “visto”, encadenado y amordazado, metido en una fosa de un panteón. La tarea era deshacer la brujería.

Como una enfermera de quirófano, la abuelita hábilmente empezó a sacar de su mágica bolsa todos sus utensilios, copal, velas, valedoras, platos, cerillos, mezcal, algunas plantas y especialmente los hongos.
Ella los trata con mucha reverencia y dulzura. Les habla en su idioma y los prepara a través de rezos mezclados en mazateco y español.

Esa noche no dormí. Como a las cinco de la mañana me fui a echar un rato a la cama. Primero los perros y después los gatos, estuvieron luchando contra algo que los hacía en momentos, entrar en un frenesí. Por experiencia, sabía que no le ladraban a seres humanos, de modo que los deje haciendo su trabajo. Los animales en general, pero los perros y los gatos en particular, tienen una alta sensibilidad en cuanto a las entidades malignas que asechan a sus amos y casas.

 
Abría la puerta de la recamara y en balcón cerrado por cristales, estaba la abuelita observando el estado de las trece velas que en la noche había encendido en una fila de doce y una al frente. – Te fue bien, tú tigre, mira que bien están las velas. Como soldaditos las velas se habían consumido verticalmente y extrañamente no se desbordaron al consumirse.

Inmediatamente nos alistamos y subimos al vehículo, nos dirigíamos a una zona arqueológica del valle, que no está abierta al turismo pero que, es tal vez, lo más impresionante que he visto en los valles. Al lado de un pueblo, pasa inadvertida a pesar de sus inmensos “mogotes”, que forman lo que debió ser un centro de conocimiento muy importante de nuestros Viejos Abuelos.

Desde que llegué a Oaxaca en la década de los años setentas, tuve la suerte de “encontrármela”. Desde entonces siempre visito este santuario a quien le tengo que agradecer, entre otras cosas, el tener la maravillosa oportunidad de vivir en Oaxaca. El lugar cuenta con plazas y pirámides a sus cuatro costados. Un juego de pelota de buen tamaño que, las primeras ocasiones que la visite me llamó mucho la atención. Sin embargo, al paso de los años, inexplicablemente el juego de pelota “desapareció” y cuando llevaba personas a que la conociera, aseguraba que en la zona arqueológica existía un juego de pelota.

En lo que debió ser la plaza principal, ahora está en el centro una inmensa piedra tallada de forma rectangular. Actualmente es un lugar de culto. No sé de quién ni para qué pero, casi siempre se encuentran vestigios de “ceremonias”, plumas de gallina, recipientes vacíos de alcohol, flores y muchas otras chucherías. En la primera ocasión que llevé a la abuelita a la zona arqueológica, ella dijo al ver la piedra, - mira tú, Tigre, esa es la mesa de la gente antigua.

Sin embargo, recientemente me “volví a encontrar” el juego de pelota. Pero lo más interesante es que en él, siempre había estado una inmensa piedra rectangular, como la de la plaza principal, pero lo más extraordinario es que aunque tenía varias ocasiones de ver la piedra, nunca me había percatado de que estaba labrada y que correspondía a una cabeza de serpiente que debió estar en la parte frontal de una magna escalera, como la que existe en la esquina del edificio del Museo de la Ciudad de México y que se supone era del templo mayor. De ahí para adelante, ese fue el sitio de poder. En varias ocasiones habíamos ido de noche con la abuelita, Cupertino, Edgardo y Diego, a llevarle ofrendas a la “gente antigua”, como dice la abuelita. Quien afirma que “el pensamiento de la gente antigua se levantará de nuevo”. Siempre que hemos ido de noche hemos tenido sucesos extraordinarios.

Una vez, Edgardo fue “atacado” por un dolor que le subía por la pierna y que rápidamente Cupertino lo controló con unas plantas que cortó y un masaje que le aplico. En otra ocasión, estando sentados en torno a la piedra, empezamos a escuchar ruidos como de una persona que se acercaba, como era tiempo de secas, la maleza hacía mucho estruendo. Al principio supuse que en cualquier momento llegarían los vecinos a corrernos del lugar, cosa que por fortuna es común. En Oaxaca la gente cuida su patrimonio con celo. Sin embargo, aquello que hacia ruido, no se decidió a salir al claro. Después de un tiempo supimos que “eso” no era ni una persona ni un animal. Estos sitios tienen sus guardianes milenarios. La última ocasión estando muy noche y con unas veladoras que alumbraban el oscuro lugar, de pronto apareció un extraño ser, como salido de la nada. Al principio creímos que era un perro y le hablamos y lo tratamos de asustar. El animal no se movía y con sus orejas puntiagudas nos observaba con detenimiento. Sin miedo y sin agresión. Edgardo sintió que esa visita tenía que ver con él.

La abuelita me pidió que me recostara en un sofá. Desde mi perspectiva veía a la abuelita inmensa, moviéndose en torno a una mesa, preparando su “medicina”. Finalmente quemó copal y sahumó un plato, pidiéndole a los hongos que me ayudaran a ver mi vida, mi trabajo y mis asuntos. Al término me extendió el plato con hongos y me dijo, - no tengas miedo.


Por primera vez, los hongos no me parecieron con un sabor fuerte y a tierra. No sólo era su color negro que era extraño, sino que me los dio como empapados de un líquido que le daba un sabor agradable pero que no era miel.

Rápidamente los comí con asombroso gusto. Después de un rato, la abuelita sentada en su silla y yo acostado en el sofá estábamos en silencio con la luz apagada. Empecé a dormitar y de repente la abuelita me despertó. – Tú Tigre te estás quedando dormido, se acercó y con su mano me dio en la boca, tres raciones más. Ese fue el detonante.

La abuelita afirma que el hongo enseña la forma correcta de vivir. Dice que “trabaja” en el interior del cuerpo, que “sube y baja” de la cabeza a los pies, componiendo todo lo que está mal y que tiene efectos curativos que duran varios días. Lo cierto en mi caso, es que desde que empecé a ingerir los hongos ha venido disminuyendo “el sufrimiento” de mi cuerpo cada que los como. La abuelita dice que es porque casi ya estoy sano, y que vendrá el momento en que ya no necesite comerlos, como es el caso de Cupertino, el aprendiz más avanzado de la abuelita quien, en las ceremonias, ayuda a la abuelita y sin ingerir la maravillosa substancia y entra en directa y total comunicación con quien está “trabajando”.

Esa noche platique horas enteras con la abuelita. Hablamos de las cosas que veíamos en mi corazón, de lo que según ella, dice que pronto sucederá en la Tierra. La abuelita está muy preocupada del caos social, político y económico de México. Me dijo que pidiéramos por los “pobrecitos que no tienen nada para comer”. – Tú Tigre, la tierra está muy enojada, se le ha ofendido mucho, la gente tiene mucho pensamiento malo en su cabeza. El mundo no se va a acabar porque, santísimo Señor Jesucristo es muy grande, pero si vamos a sufrir mucho.

Es sorprendente la claridad de pensamiento y la profundidad con que uno puede tratar los asuntos del mundo y los personales. La mente se vuelve diáfana y actúa a una velocidad que las palabras le llegan a estorbar. Uno se comunica con las personas de manera total y profunda, sin necesidad de usar la voz. La abuelita entonces me explico muchas cosas de mi vida. Cada cosa se fue poniendo en orden y mi espíritu emanaba paz. Todo se reduce a “entender las cosas”.

Los Viejos Abuelos y sus herederos directos, los pueblos anahuacas de México, piensan que los seres humanos tenemos un “cuerpo físico” y un “cuerpo espiritual”. Las enfermedades son producto de los “daños” espirituales que nos hacemos en la vida y que se manifiestan como enfermedades en nuestro cuerpo físico. Por ello, los mazatecos en este caso, pretenden a través del hongo, entrar en estados alterados de conciencia y con la “velocidad” que da la psilocibina, se puede “recordar y ver” lo que nos sucedió en la vida ordinaria y por lo cual, nuestro espíritu se dañó. Se repara con una sencilla plática. Se “ve” el problema y en este caso, la abuelita, profundiza o filosofa sobre el tema, de modo que, uno queda claro y satisfecho de la respuesta encontrada al problema o problemas. Después como terapia, según el caso, el “paciente” tendrá que rezar, poner veladoras o hasta ir a los lugares donde sucedió el percance, que generalmente es en el campo, y hacer algún “mandado” que le deje el curandero.

Esa noche la abuelita y yo sellamos un pacto no escrito ni hablado. Nunca volvería a trabajar con terceras personas. Esa noche descubrí su maravilloso mundo. Entendí su dulzura, su fragilidad y su inaccesibilidad. Me contó cosas personales de su vida. Me enseño ese mundo frágil y delicado, construido con ternura y sensibilidad, que históricamente los no indígenas, jamás hemos podido penetrar y donde, se agazapa el potencial humano que en su momento los pueblos anahuacas nos darán para encarar los desafíos del turbulento tercer milenio.

Estaba viviendo el momento cumbre de la noche. Hincado, tomaba con la mano derecha una bolsa con cuatrocientas semillas de cacao y una vela. Con la mano izquierda y acercándomela a mi corazón, tenía dos velas enredadas con un listón blanco. Las lágrimas humedecieron mis ojos y corrieron sobre mis mejillas. La abuelita me limpiaba con un manojo de plantas en envuelto en una nueve de humo de copal. Había comprendido que la forma de rechazar el mal, es perdonándolo de corazón.

Entonces la voz interior volvió a retumbar en mi ser diciendo lentamente, como para que en sus reverberaciones, se calara más hondo en mi ser. -" la verdadera maldad es un arte maligno que sólo Dios le concedió al demonio, la maldad en los seres humanos, es sólo es estupidez.”

 

 

 

 

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